Hace 19 años que nos dejó Carl Sagan , un científico que abrió las puertas de las universidades y los centros de investigación para compartir con todo el mundo lo que define al ser humano: la curiosidad. Sagan participó en el desarrollo de numerosas sondas espaciales como las 'Voyager', que emprendieron un espectacular viaje por los planetas del Sistema Solar. Una epopeya grandiosa que aportó grandes conocimientos de nuestros mundos hermanos.

A Sagan no le preocupaban los retos tecnológicos, sino la poca atención que los medios de comunicación prestaban a esta gran aventura astronómica. Temía al desdén y al ciego fanatismo como el que destruyó la Biblioteca de Alejandría, el compendio de la sabiduría del Mundo Antiguo. La inhibición de los poderes públicos y el desconocimiento del tesoro cultural que albergaba sus muros, permitió que una turba de seguidores del obispo Cirilo asesinaran cruelmente a Hipatia , la última representante de la brillante Escuela Alejandrina. Su muerte sumió a Occidente en mil años de oscuridad. Como tantas veces, el silencio de la población fue el mejor aliado de los fanáticos para imponerse.

Carl Sagan, astrónomo como Hipatia, estaba convencido que toda la aventura espacial debería ser de gran interés para cualquier persona, solo requería hacérselo llegar de forma adecuada. Y a ello se dedicó de lleno. Escribió libros y produjo la mítica serie 'Cosmos', uno de cuyos capítulos estaba dedicado a la tragedia de Alejandría para que no se repitiera de nuevo.

Somos herederos del legado de Hipatia y Sagan y, sin embargo, hemos recortado demasiado el presupuesto para ciencia e investigación. El futuro de cualquier país está en su potencial humano de investigación y desarrollo. Nuestro futuro depende de ello. Hay muchas formas de quemar la Biblioteca de Alejandría, una de ellas es dejar que sus paredes se caigan y que nuestros investigadores huyan al extranjero, dando sus frutos en tierras extrañas, mientras que los que quedamos nos hundimos en la miseria.