Collado, el pueblo más pequeño de La Vera, encierra en su interior varias singularidades: celebra cada Miércoles Santo un jubileo anual, con indulgencias plenarias incluidas, y tiene un jardín plagado de ginkgos bilobas, que la sitúan entre las localidades que cuentan con las mayores poblaciones de este tipo de plantas.

Este último milagro natural se debe a la importante labor de reproducción y cultivo, que de este singular árbol de origen chino, está llevando a cabo el uruguayo, Juan José Prstojevich Yorio, en el jardín de su propiedad, "hay más de mil ejemplares", que mayoritariamente regala a amigos y clientes de la Casa Rural Ginkgos, que regenta su mujer, Blanca Nelly. Prstojevich cuenta maravillas, y no acaba, de este árbol que, según explica, "vivió en el periodo Jurásico, por lo que los dinosaurios herbívoros ya se comían sus hojas, aparte de que sobrevivió a Hiroshima".

Este natural de Montevideo, afincado en Collado de la Vera, señala además que el ginkgo "es el árbol más antiguo del mundo, por lo que es considerado como un fósil viviente", a cuyo extracto de hojas se le atribuyen propiedades medicinales. Prstojevich se "entusiasmó" a raíz de que su hija Karina le regalara cuando era estudiante de biología una semilla de ginkgo biloba germinada.

Un jardín botánico

La quietud que se respira en el jardín contiguo a la casa donde vive este enamorado de la naturaleza es inmensa, aumentada porque el ginkgo "es un árbol espiritual e intelectual", que le ha llevado a impartir charlas en varios institutos y acudir con un panel a donde le invitan a explicar lo mucho que sabe de él.

La mañana levanta y las brumas del otoño van dejando de restar esplendor al sol, que ha amanecido tímido como presagio de nuevas lluvias. Entre tanto Juan José, empapado de la quietud de los ginkgos que le rodean, maneja la idea de plantar un jardín botánico en La Vera.

Por último mientras hablamos un mirlo negro revolotea en el jardín, donde además de ginkgos bilobas, hay encinas, robles, castaños, arces, jaboneros de China y ceibos. Tampoco faltan parras, olivos y romeros. Entre todos componen una sinfonía de silencios, rotos por los pájaros del entorno, que invitan a reflexionar sin prisas.