Cuando los antiguos pueblos, guerreros, vendedores, o simples caminantes, recorrían las tierras del norte de Extremadura no era extraño que fuesen a dar con sus huesos en la fortaleza de Galisteo. Y es que antes de cruzar el río Jerte, mucho más embravecido de lo que está hoy en día, era necesaria una parada donde los viajeros refrigerasen sus abatidas fuerzas.

Por esta razón, Galisteo siempre fue lugar de paso. Lo fue de la ruta del estaño, de tartesios hacia Galicia, de vetones y lusitanos, y de romanos como Quinto Favio Serviliano, que explanó aquí un camino que sería el origen de la Vía de la Plata.

Al tiempo que es un lugar acogedor, también ha sabido defenderse de los continuos merodeos de quienes veían en esta pequeña atalaya el lugar perfecto para quedarse. Por ello, no es de extrañar que su mayor tesoro artístico sea su muralla de origen almohade, la cual circunda el pueblo en su totalidad. Son largos lienzos de casi diez metros de altura y más de dos de espesor en mampostería, tierra y cal que debían dar ese singular aspecto de fortaleza inexpugnable. Sólo tres puertas, reconstruidas en tiempos de la Reconquista, dan paso al interior del pueblo.

Una es la Puerta de la Villa, que da entrada a la ciudad, fue construida en un recodo para que fuese fácil su defensa, está compuesta por dos arcos que dejan un hueco para el rastrillo, y todavía conserva las marcas de las medidas que se usaban en el pueblo. Otra de las puertas es la de Santa María, también originaria de la muralla que, por su fisonomía en el lienzo oriental, bien pudiera ser la puerta de salida del recinto. La compone un arco de ladrillo apuntado por otro de medio punto donde iría oculta la tronera.

PREMIO PARA LOS NOBLES

Galisteo estuvo en la mente de los reyes que premiaban con estas tierras la lealtad de sus nobles: Alfonso IX de León la concedió a la orden de Calatrava; Alfonso X el Sabio la entregó a su hijo Fernando de la Cerda y Juan II hizo merced de su señorío al Conde de Castañeda y Osorno.

De su real abolengo quedan vestigios como el palacio Alcázar o torre del homenaje; el Pericutín, que es un rollo de granito en el que se ajusticiaba a los reos con un sillón donde el juez leía la sentencia y, sobre todo, el conjunto monumental formado por la iglesia- ábside mudéjar, recientemente restaurado, y su hermosa plaza mayor castellano-leonesa, escenario de muchas de las tradiciones que se celebran.

Fuera del recinto amurallado, destaca el puente medieval sobre el río Jerte, que recuerda la importancia estratégica de la villa. De su economía, subrayar que es un pueblo agrícola que ha sabido aprovechar las aguas del río.