Tras 337 días de fuego enemigo, enfermedad, hambre y muerte, Saturnino Martín Cerezo, el líder de la residencia española en el sitio del Baler (Filipinas), en 1898, obtuvo la Laureada de San Fernando y una pensión anual de mil pesetas, pero no dejó de pleitear en el tiempo contra el Estado por recompensas para él y sus compañeros.

La figura de Martín Cerezo (Miajadas, 1866) acaba de llegar al cine con la película “1898: Los últimos de Filipinas”, en la que Luis Tosar interpreta a este teniente al que la muerte de sus superiores situó al frente de medio centenar de soldados. Soportaron el asedio de los insurgentes tagalos en condiciones infrahumanas y se negaron a creer a los comisionados españoles que acudieron a convencerles de que la guerra había terminado.

Martín Cerezo, que acudió incluso al Tribunal Supremo, pleiteó en busca de ascensos o por gracias para él, sus compañeros y los familiares de los caídos en Baler. En un escrito al Congreso denunciaba una reforma militar por el «ridículo regateo con los que a España dieron gloria» y decía que «las leyes están para cumplirlas». En otra ocasión, ante la oposición del Ministerio de la Guerra a la propuesta parlamentaria para concederles una pensión anual vitalicia de 5.000 pesetas a los dos oficiales y al médico de Baler, se plantó a ver a Alfonso XIII, pero el pedirle que intercediera, comenzó «a reírse a carcajadas». La presidenta de la Sociedad Histórica de la Villa de Miajadas, Luisa Soria, apunta a Efe que uno de los últimos de Filipinas murió cuando pedía en el metro. No fue el caso de Martín Cerezo. De origen humilde, se alistó con 17 años y llegó a general de brigada.

Soria apoya la iniciativa para que se conceda a todos la Laureada de San Fernando a título póstumo. Los 31 supervivientes de la tropa recibieron a su llegada a España la Cruz de Plata al Mérito Militar, pensionada con 7,5 pesetas al mes vitalicias. Martín Cerezo, ya capitán, recibió un gran recibimiento en su pueblo. Dos placas recuerdan su gesta en Miajadas, donde tiene una calle, y fue nombrado hijo adoptivo de Trujillo y Cáceres. Su asociación le dedicó unas jornadas en 2014 y tienen abierta una suscripción popular para levantarle un monumento. A su juicio, se merece un reconocimiento por su aspecto humano, ya que a pesar del mando fue un compañero más en la lucha por sobrevivir.

«Cuando me vestí el uniforme supe que contraía con mi patria una deuda sagrada, la de mi vida», justifica la resistencia Martín Cerezo, que escribió un libro para que no se olvidase lo ocurrido, aunque prefirió no buscar culpables «del abandono y las penurias» que soportaron.