La localidad está situada entre la sierra de San Pedro y el río Salor. Perteneció a la Orden de Alcántara, y en la zona se pueden encontrar parajes representativos del bosque mediterráneo y zonas de sierra entre las que se intercalan otras más llanas pero igualmente irregulares, con subidas y bajadas constantes, mezclándose zonas graníticas y de pizarras. Entre estas sierras destacan Sierra Fría, ya en la frontera, y la práctica totalidad de la Sierra de San Pedro, reducto de bosque mediterráneo autóctono y gran diversidad de aves que le da la declaración de Zona de Especial Protección de Aves.

Todo esto hace que este territorio cuente con unos recursos paisajísticos inigualables, que unidos a la riqueza y la variedad de la flora y de la fauna autóctona, hacen las delicias de los visitantes aficionados a la botánica, a la micología, a la caza mayor y menor, al senderismo, y en definitiva al contacto con la naturaleza.

Herreruela se sitúa al borde norte de la sierra de San Pedro, en tierras de un descenso acusado desde las sierras hasta los riberos del Salor. Localizado entre ambas provincias extremeñas, limita con Aliseda, Brozas, Salorino y Alburquerque. Su principal curso de agua es el del río Salor que discurre por estas tierras, cambiando de dirección al dejar la falla que, desde Plasencia hasta Odemira en Portugal, se sitúa entre Herreruela y Aliseda. Hay otros cursos de agua que lo cortan en su camino hacia los riberos, como el arroyo de Los Ladrones y el regato Guadallo.

ANTIGUAS CONCENTRACIONES

Este pueblo, como la mayoría de los de la zona de Valencia de Alcántara, ha sido uno de los ejemplos de concentración de la propiedad rústica de Extremadura. La vida económica de la localidad, antigua propiedad de la Orden de Alcántara, estuvo en el pasado determinada por el protagonismo patrimonial que alcanzó ésta, dueña de la mayor parte de las tierras del término.

Tres grandes dehesas --Catillan, Turuñuelo y Piejunta-- suponían casi el 90% de la superficie de su territorio. Enajenadas estas fincas por el Estado en la Reforma Agraria Liberal, en un largo proceso que se arrastró de 1820 a 1860, fueron a parar en bloque a manos de grandes figuras de la oligarquía madrileña, que han perpetuado su presencia hasta tiempos recientes. La penuria de tierras disponibles para los habitantes del lugar se intensificó aún más porque la otra gran finca del término, El Baldío, fue adquirida por un vecino de Salorino.

En su calles, de casas blancas y tejados de barro, destaca la iglesia de La Encarnación, sin excesivo valor histórico ni patrimonial. Sus alrededores lo componen pequeñas fincas que se delimitan con bellos muros de piedra.