La Catedral de Coria es este mes el centro de atención de aquellos que han investigado a fondo las consecuencias que el terremoto de Lisboa, en noviembre de 1755, ocasionó sobre el edificio más emblemático de la localidad cauriense.

Después de 250 años, aún pueden verse los efectos de un suceso que causó la muerte a una veintena de vecinos que en ese momento se encontraban en misa en la catedral, así como cuantiosos daños materiales que durante mucho tiempo fueron la gran preocupación para el que era obispo entonces, Juan José García Alvaro.

El autor del libro El terremoto de Lisboa y la Catedral de Coria 1755-1759 , Faustino Martínez, visitó ayer la catedral y comentó que el testero, la balaustrada y los pináculos fueron las partes más dañadas del exterior. De hecho, si uno levanta la mirada puede observar una amplia grieta que resquebraja los sillares del edificio. "Podemos estar tranquilos porque se han puesto unos testigos y demuestran que la grieta no se abre", comentó Martínez.

Los daños ocasionados en la catedral obligó al cabildo a realizar una serie de actuaciones en contra de su voluntad. Una de ellas fue vender la plata vieja para obtener medios con los que arreglar algunos desperfectos. "Se vendieron muchos objetos como vasos y cruces en desuso", explicó Martínez. El dinero que se ingresó permitió arreglar la veleta y la cúpula que el terremoto derribó.

Traslados

Los grandes daños que registró el interior de la catedral, concretamente, en la capilla principal y en el retablo mayor obligó al clero a suspender la actividad en el edificio y buscar otro lugar donde celebrar los actos religiosos. Los sacerdotes optaron por la parroquia de Santiago, pero el intenso frío les hizo irse al Convento de Las Monjas y aquí "les faltaba espacio", señaló Martínez.

Tras recorrer diferentes sitios, cuatro años después, en 1759, el Cabildo por fin retoma la actividad con normalidad en la catedral. Ese día, "se hizo una fiesta por todo lo alto". De aquel terremoto hoy quedan las huellas y recuerdo.