Otoños como el que atravesamos, uno si acaso cada siete años. Agua a tutiplén a lo largo de septiembre por besanas y arcabucos. Y las nubes continuaron llorando en octubre. Corrieron, y aún corren, regajos y gargantas. Caliente estaba la tierra y, al ser calada hasta sus tuétanos, reverdeció como en templada primavera.

Dicen por estos pueblos de los septentriones cacereños que el décimo mes del año es el que tiene mayor carga y simbología erótica, ya que, a lo largo de él, suelen abrirse las castañas y crecen y engordan los "pitórruh" (o sea, en cristiano: las setas denominadas lepiotas o parasoles antes de abrir su abanico). Otros, en vez de hablar del engorde de los pitorros, mientan a los nabos, que para el caso es lo mismo.

Hay "jónguh" para dar y tomar. Y como todo el que le da la gana hace la carga correspondiente, pues voces se oyen ya de que ciertos mandamases quieren regular la recogida de setas. Cierto es que algunos otoños y primaveras nuestras dehesas boyales se convierten en toda una romería, con el correspondiente "potreo". Aquellas otras grandes fincas adehesadas, muchas veces en manos de terratenientes absentistas, están menos expuestas, ya que tienen recias alambradas, porteras con candados y su correspondiente servicio de guardería.

Hasta en los antiguos fueros ya se decía que todo lo que nace salvaje y montesino por encima de la tierra carece de dueño y es de todos. Y así ha sido siempre. Cualquier vecino podía entrar en cualquier tipo de finca y recolectar espárragos de espinos o de "enrea", hongos de mil clases, pamplinas o cardillos y otro sinfín de especies botánicas comestibles o propias de la farmacopea rural. Era y es (nadie lo ha abolido, que sepamos) todo un derecho consuetudinario, avalado por la fuerza de la costumbre.

AHORA, señores con tijeras más grandes que la de los esquiladores y tan amigos de privatizar lo que es del pueblo parece que quieren poner puertas al campo. Por Las Hurdes se dice aquello de "la cahtaña tieni una maña: quien primeru la ve, la arrepaña". Refiriéndose, claro está, a las castañas que caían sobre los caminos o el monte que era y sigue siendo del común, mal que les pese a los pinos repoblados. Puestos a controlar la recogida de setas, capaces son los mandamases que tenemos de pegarle un hachazo a las manos que anden al rebusco de las castañas.

Todo es posible en este país de dirigentes, gobernantes y ejecutivos tan acostumbrados a vivir a costa del sudor ajeno y esquilar derechos populares para satisfacer intereses bastardos y privados.

Dejen, pues, de meter las narices donde no les llaman y dejen que el pueblo llano continúe practicando, como en la Prehistoria, sus subsistencias recolectoras. La gente de nuestras villas y lugares sabe muy bien lo que se trae entre manos. Otro asunto muy distinto son esas legiones de urbanitas que invaden los términos los fines de semana, dejando basuras por doquier, espantando ganados y dejando abiertas las cancelas.

Buen tempero el de este otoño. Excelentes "jónguh" y magníficas castañas para convertirlas el próximo sábado, festividad de Todos los Santos, en "carvóchih". Acérquense, señores esquiladores, a la fiesta de "La Carvochá" en la aldea de El Mesegal, Las Hurdes, y dejen en paz a nuestra madre y madrastra naturaleza.