A todo monroyego y monroyega le exalta la emoción cuando recuerda la entrega y veneración con la que todo el pueblo de Monroy se distinguió ayer, durante la celebración de las populares fiestas de las Candelas, bajo la singular y preciosa representación de “las purificás” que es su sello de identidad. Emoción que se refuerza a la vista de la afluencia de visitantes que acompañan cada año para disfrutar de este rito que pervive en Monroy, de manera ininterrumpida desde hace más de dos siglos.

Cada vecino siente tan adentro esta festividad que, a lo largo del año y según se acerca el momento de los preparativos, se prestan con alegría a participar, según sus disponibilidades y maestría; ya sea en el mantenimiento y confección del traje típico, o vistiendo con las mejores galas la iglesia parroquial dedicada a la advocación de Santa Catalina; otros adecentando la histórica villa, y esperando con paciencia y devoción el año en el que junto con otras dos familias, por fin; les corresponderá elaborar por manda, voto o promesa, una de las tres roscas de piñonate que se ofrecerán durante la celebración; o formando parte del grupo de las cuatro jóvenes que en calidad de “purificás” cantarán las 25 coplas durante el acto de la presentación del Niño; u organizando y presidiendo en calidad de mayordoma o arropando y participando en todos los actos con suma devoción.

Así, ayer, a eso del mediodía, frente al incomparable marco de la iglesia parroquial cuya construcción principal está datada en fechas de finales del siglo XV y principios del XVI; cuando se procedía a la bendición de las velas; el pueblo parecía querer invocar la llegada de la primavera, pues los ojos se embriagaban ante la preciosa estampa que ofrecía la contemplación de tanta belleza, que florecía y deslumbraba con el profuso y variado colorido del traje típico, que parecía crear un hermoso jardín sobre el que se desplazaba la Virgen elevada sobre sus andas.

El pueblo y muchos visitantes accedieron al interior de la iglesia, que acogía a una multitud expectante, entre la que se observaba a un gran número, sin distinción entre mujeres u hombres, ni tampoco edades; cuyos ojos ofrecían ese brillo especial que le aporta el lacrimal cuando la felicidad aflora o cuando la emoción del momento les impide retener las lágrimas; que se hacía más patente tras finalizar la homilía y escuchar las llamadas a las puertas del templo, que desde el exterior se ejecutaban a modo de inicio del ceremonial de la purificación.

A continuación de las llamadas y sin más dilación, la vocalista de las cuatro purificás de este año; Elena Gómez Bernal, comenzó a sonar la pandereta acompañada de los primeros versos que seguían a coro el resto de las purificás: Begoña Pérez, encargada de portar los pliegos con las coplas y Tamara Arias y Sarai Cerro, portadoras de las cestas con los pichones de palomas. Todas ellas, sabiamente instruidas por la mayordoma Marisol Rosado.

Tras los primeros versos implorando al Señor solicitando licencia para entrar en el templo, las puertas se abrieron; momento en el que se envuelve el interior de la iglesia de Monroy de una energía que, como cada año, tocó a todos los presentes.