El caso de Manuel Corza, un jaraiceño en lucha para evitar que su hijo Miguel Angel, de cuatro años, sea repatriado con su madre a Francia, ha conmocionado a los extremeños.

Manuel, de 58 años, se casó en 1998 con una ruandesa, Juliette, a la que conoció en Burundi. En 1999, en Francia, nació su hijo, y poco después la relación comenzó a enfriarse hasta su ruptura total.

Comenzó entonces la cruzada de Manuel por salvar a su hijo de lo que él está convencido será, si vuelve a Ruanda, "una trágica vida y, muy posiblemente, su muerte segura".

Manuel, como sucede en varias ocasiones durante esta entrevista, ha de parar cuando relata ciertas vivencias de su estancia en Burundi. Las lágrimas le nublan los ojos y la emoción le apaga la voz cuando recuerda, por ejemplo, como con un compañero belga fue a recoger los cuerpos decapitados de la mujer, española, y las dos hijas de éste, para afirmar rotundo que él no permitirá que su hijo pueda ser una víctima más.

¿Quién es Manuel Corza Silva?

-- Un vecino de Jaraíz de la Vera que con 20 años emigró a Francia y se forjó un porvenir que, como jefe de mantenimiento de maquinaria en una empresa multinacional, le llevó a viajar por más de 80 países. Uno de estos destinos fue Burundi, donde conocí a mi mujer en el año 1994.

¿Y la que fue su esposa?

-- Es una ruandesa de la etnia tutsi que, aunque cuando yo la conocí su situación era lamentable, pues los tutsi aún no habían llegado al poder, su familia ocupa ahora altos cargos en su país, incluso uno de sus tíos es embajador de Ruanda en París.

Usted se encuentra inmerso en un proceso judicial que podría llevar a la extradición de su hijo a Francia. ¿Cómo se inició todo?

-- Cuando nació mi hijo mi mujer cambió. No se ocupaba ni de mí ni del niño, al que incluso llegó a abandonar tres meses para ir a Ruanda. Este hecho, así como varias denuncias por malos tratos y la separación nos llevó ante la justicia francesa, que le dio la custodia a ella. Pero ante la situación en que estaba mi hijo decidí, sin dudarlo, abandonarlo todo y volver con él a España. Fue a finales del 2001.

A su regreso, ¿acudió a las autoridades españolas?

-- Por supuesto. Sabía que corría un riesgo, pero mi hijo es español y tiene que estar en su país, lejos del peligro que supone vivir en Ruanda, con las continuas luchas entre los tutsis y los utus. Además, nadie puede acusarme de secuestro, pues mi hijo está en su pueblo, en casa.

En España, ¿por qué y cuándo se inicia el proceso judicial?

-- La intervención del Estado francés y del Estado español radica en que ambos países ratificaron la Convención Internacional de La Haya sobre Sustracción de Menores de 1980. De ahí la apertura del proceso, que me comunicaron el día 3 de marzo con una cita en los juzgados de Plasencia, donde un juez me preguntó si quería entregar al niño y, por supuesto, me opuse.

Y sigue el proceso...

-- Así es. El juicio sobre la extradición se celebró el 12 de marzo en el Juzgado 1 de Plasencia, que falló en mi contra, por lo que el niño debía volver a Francia. Pero yo no estoy dispuesto a rendirme y he presentado un recurso ante la Audiencia Provincial de Cáceres.

Son muchos golpes judiciales los que ha recibido hasta ahora, siempre contrarios a usted, ¿espera que la Audiencia le sea favorable?

-- Yo tengo mucha confianza en la justicia española. Confío en que sean sensibles y que tengan en cuenta que lo único que busco es el bien de mi hijo, por eso ni siquiera me opongo a que su custodia se la den a su madre, pero en España. Yo no quiero especialmente la custodia, lo único que quiero es que mi hijo no salga de España, porque si le llevan a Ruanda estoy seguro de que me lo matarán. Es por ello que tengo que hacer todo lo necesario y luchar por él, porque hoy mismo (por ayer), cuando salía hacia Cáceres para esta entrevista --recuerda y la emoción le enmudece-- me ha dicho: "Papá no te vayas, que te llevarán los franceses y no me puedes dejar solito porque yo te necesito". Ante esto, ¿qué no haría cualquier padre?

¿Hasta dónde llegará?

-- Mientras tenga dinero y vida haré todo lo necesario para proteger a mi hijo.

¿Su máximo temor?

-- Que su madre consiga llevarlo a Francia, pues de allí es seguro que se lo llevarán a Ruanda, donde le esperará una vida llena de muertes.

Ha llamado a muchas puertas, ¿llamará a más?

-- No he dudado en dirigirme a todo aquel que en España estimo me puede ayudar. LLegué hasta Baltasar Garzón, que me animó a seguir adelante, aunque reconoció que el caso no es fácil, y otras altas esferas. Ahora estoy dispuesto a seguir, a llegar incluso hasta el Rey, y también me dirigiré a Ana Palacios, pues si mi hijo es español y ya está en España tiene derecho a seguir aquí.

¿Hay algo que pueda hacerle flaquear?

-- Para mí todo se ha acabado salvo mi lucha por salvar a mi hijo, para lo que cuento con mi abogado, Dumet Grayeb, especialista en Derecho Internacional, que me da apoyo como jurista, pero también moral, y con todo el pueblo de Jaraíz, con su alcalde a la cabeza. Nada me puede hacer flaquear, y si pierdo a mi pequeño iré tras él, aunque sea consciente de que volver a Ruanda supondrá mi muerte.