Es muy difícil dormir cuando llega una tormenta como esta, pero se entiende ¿no? Imagina cuánta energía se está moviendo ahí arriba". Jen ha pasado toda la noche en vela, escuchando las ráfagas de un viento cada vez más fuerte, sintiendo su fuerza, mirando hacia un cielo que, conforme llegaba la mañana, iba desvelando una densa capa gris en la que, a veces, se podía identificar el furioso giro circular de las nubes que rodean el ojo de un huracán. Jenny es una de las 10.000 personas que, según el alcalde, Ray Nagin, han desoído la orden de evacuación obligatoria de Nueva Orleans y han decidido quedarse.

A las siete de la mañana de ayer, Gustav estaba aún a unas horas de tocar con toda su potencia Nueva Orleans, pero el viento ya doblaba los árboles y la lluvia caía incesante y con fuerza sobre la ciudad. Aunque empezaban a llegar las informaciones sobre cortes eléctricos en distintas áreas y barrios vecinos, todo seguía en relativo orden en el 2237 de Royal Street, en Marigny, el barrio colindante con el famoso francés, donde Jenny había pasado la noche con Cheryl, Matt y John.

Allí hicieron una barbarcoa nocturna regada de burbon y cerveza después de haber mantenido abierto hasta pasada la medianoche The Spotted Cat, un animado bar donde, obviando las imágenes de la televisión y las ocasionales visitas de policías y militares de la guardia nacional (más amistosas que oficiales) era fácil olvidarse de la amenaza del huracán.

NAVEGAR Los cuatro han decidido, como tantos otros hicieron cuando llegó el Katrina , navegar en la tormenta, no evitarla. Acumulan provisiones y útiles de emergencia como velas, linternas, gasolina... y dan vida a las fantasmagóricas calles antes y después de la tormenta. Se reúnen con amigos y vecinos y cuidan las propiedades de los conocidos que sí ha decidido evacuar. Apuestan por capear el huracán lo mejor posible.

Por qué hacen esa apuesta es algo que muchos no entienden, lo consideran insensato e irracional. Pero ellos tienen motivos y razones. Son tan variados como ser inmigrante sin papeles (una emergencia puede ser la despedida definitiva) o haber vivido ya la experiencia de la evacuación en el Katrina , como le sucede a Jen. "¿Cuál es el momento de irse?", pregunta esta camarera, de 30 años, mientras prepara un desayuno para sus amigos y los tres periodistas que han acogido en esta casa. "La última vez lo pasé mal. Fueron los dos meses más miserables de mi vida, sin poder volver y con enormes dificultades de comunicación, sin saber qué pasaba. Prefiero hundirme con el barco. Morir feliz aquí que vivir miserable".

NO CREEN LAS PREDICCIONES Entre sus razones también está que no creyeron las predicciones sobre un huracán tan destructivo o más que el Katrina . "Decían que iba a ser la madre de todas las tormentas pero ya se ha debilitado al pasar por el golfo de México", analizaba ya el domingo Matt. Si algo conoce este surfero de Hawai, al que una lesión en el brazo le hizo recalar en Nueva Orleans, son las corrientes, las mareas.

Y lo que él veía es lo que los meteorólogos confirmaban poco después: que el rápido avance de huracán Gustav sobre las aguas le ha impedido cobrar toda la fuerza que podía llegar haber adquirido.