Daryl Hannah, que este año estuvo a bordo del Steve Irwin --el barco que hace 10 días surcaba aún el Atlántico Sur torpedeando la caza de ballenas de la flota japonesa--, debe de estar llevándose las manos a la cabeza, observando anonadada, una y otra vez, las imágenes de la isla de Rey, las fotos que ayer dieron la vuelta al mundo, ese rincón de playa donde 200 ejemplares se quedaron varados y 130, al final, murieron. Anonadada ella, anonadados los que estuvieron en el buque.

La anual guerra de las ballenas está tocando a su fin, con casi los mismos resultados de cada año, con el Steve Irwin anclado, dando parte de victoria porque probablemente, a base de acosar y de acosar, algún éxito habrán arañado, y la tragedia de más de un centenar de ballenas muertas de golpe en esta diminuta isla, entre Australia y Tasmania --apenas 2.000 habitantes--, no es sin duda la mejor noticia.