Poco más de 30.000 feligreses arroparon ayer al episcopado español en pleno, 71 obispos y cardenales, en la mayor beatificación de la historia de la Iglesia, celebrada en la plaza de San Pedro del Vaticano. La conversión en beatos de 498 mártires, 496 de ellos de la guerra civil, planteada por los obispos como un acto de autoafirmación "en los momentos de especial dificultad por los que atraviesa España", se saldó con una asistencia discreta. Al menos, respecto a las expectativas levantadas. Cerca del mediodía, al finalizar, eran 40.000, pero los recién llegados acudían a ver al Papa

Benedicto XVI, tras haber transigido a la hora de permitir que el acto se celebrará en el Vaticano, no se avino a grandes gestos. No hizo acto de aparición al final de la ceremonia para saludar a los peregrinos, como se había barajado. Solo en el transcurso de su tradicional comparecencia dominical para rezar el Angelus dedicó un pasaje de su discurso a la parroquia española desde lo alto de la ventana de su estudio.

INTERVENCION DEL PAPA Ratzinger se limitó a proponer que "las palabras y gestos de perdón" de los mártires españoles hacia sus perseguidores "impulsen a trabajar incansablemente por la misericordia, la reconciliación y la convivencia pacífica". Los términos usados son similares a los expuestos por la Conferencia Episcopal Española desde que se anunció el acto.

No es un secreto que el Papa alemán no comparte el entusiasmo de su antecesor por las beatificaciones. Tampoco está claro, aseguran fuentes próximas a la Santa Sede, que las hubiera empujado con la fuerza con la que actuó Juan Pablo II, que procedía de un país que había padecido la persecución religiosa de un régimen comunista, de no haberlas heredado en un estado tan avanzado al asumir el mandato.

Quien sí echó un capote a los obispos fue el prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, el cardenal portugués José Saraiva Martins, que ofició el acto solemne de beatificación. En línea con el discurso ortodoxo que gusta a la jerarquía eclesiástica española, Saraiva animó a los presentes a "ser cristianos coherentes" defendiendo "la vida desde la concepción hasta la muerte natural, la familia fundada en la unión matrimonial una e indisoluble entre un hombre y una mujer y el derecho y el deber primario de los padres sobre la educación de los hijos".

Toda discrepancia con las posiciones que defiende el Gobierno español se ciñó a este pasaje relativo a la política social. No hubo mención indirecta alguna a otras cuestiones como la ley de la memoria histórica, cuya temática guarda estrecha relación con el acto que se celebró.

DELEGACION ESPAÑOLA El Ejecutivo envió a una delegación presidida por el ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Angel Moratinos, al que escoltaba el embajador español en el Vaticano, Francisco Vázquez. En la primera fila se sentaron algunos de los habituales en este tipo de ceremonias, como el exembajador ante la Santa Sede Carlos Abella o el vicepresidente de la Comunidad Valenciana, Juan Cotino. Más atrás, Jorge Fernández Díaz asistió en nombre del PP.

El grueso de los presentes, entre los que se hallaban unos 2.500 familiares de los homenajeados y numerosos integrantes de las órdenes religiosas a las que pertenecían, acudió a honrar a los mártires, pero también hubo una minoría, ajena a los allegados, que aprovechó para llevar el agua a su molino. Partidos políticos como Comunión Tradicionalista Carlista, que habla de "los mártires de la cruzada", hicieron acto de presencia con banderas y boinas rojas.

Acabado el acto, un de adolescentes, recorrió la plaza desgañitándose con vivas a "Cristo Rey", la "España católica" y los "mártires de la cruzada", que completaban con gritos de "esta es la juventud del Papa" y "esta es la juventud de España". Solo halló un asomo de complicidad en los carlistas.