Un verano de finales de los años 20 del siglo pasado, la rompedora Gabrielle Chanel, la diseñadora francesa que se hizo llamar Coco, regresó a París con la piel dorada tras permanecer unos días en la Costa Azul. Se mostró bronceada en el universo de pieles blancas que dominaba la estética reinante. La fuerza de Chanel, que ya había descolocado a la alta sociedad vistiendo camisetas a rallas como los gondoleros venecianos, sería determinante para la salud dérmica de Occidente en el último siglo.

Aquel bronceado dio forma al concepto de buena salud, belleza y poderío que aún se atribuye a la ausencia de palidez. Tanto triunfó y se abusó del gusto por la piel morena que, pocos años después, médicos y científicos constataron que el sol quemaba si el personal se exponía indefenso a sus rayos. Y así surgió, en 1935, el primer filtro protector solar, que el químico Eugène Schuelle, fundador de la firma parisina L´Oréall, patentó con el nombre de Ambré Solaire.

El protector solar hubo de competir, durante decenios, con las cremas y aceites bronceadores, unos ungüentos que, lejos de frenar la acción de las radiaciones ultravioletas B (UVB), estimulaban su efecto epidérmico. La piel morena se adueñó de Francia a partir de 1936, año en que el Gobierno estableció que los asalariados dispondrían de un periodo veraniego de vacaciones pagadas. Empezó el turismo en la costa francesa y pronto toda Europa quiso estar morena. EEUU, también. En España todo empezó más tarde: en los años 60 se abrieron las primeras sombrillas y llegaron los bikinis. Hasta que llegó el cáncer.

El cáncer de piel, entre ellos el peligroso melanoma, dejó de ser una enfermedad rara e inició una carrera de creciente incidencia y avance epidémico que aún no se ha detenido. Cada cinco años se duplican las cifras de afectados por melanoma, un tumor maligno derivado de insolaciones iniciadas en la infancia. Una forma de cáncer apenas conocida en Asia, donde sigue gustando la piel perfectamente blanca. "Hasta 1935, cuando Shuelle lanzó aquel primer filtro protector, ni la ciencia ni la mayoría de los ciudadanos eran conscientes de que el sol hacía daño", explica Consuelo del Cañizo, directora científica de Garnier Delial España.

El objetivo de aquel primer protector fue impedir que las radiaciones UVB causaran daño celular y fotoenvejecimiento, la vejez dérmica prematura de quienes se exponen en exceso al sol. Permitió absorber la energía solar y broncearse sin quemarse. No fue hasta los años 80 cuando los investigadores observaron que las radiaciones más dañinas, las que manchan la piel y dan lugar al cáncer, son las ultravioletas A. Las mismas que ofrecen las camas bronceadoras, sometidas a controles oficiales y, en principio, bajo control.

Los protectores

Con el tiempo, llegaron los protectores solares numerados. Una curiosa forma de advertir de que la crema antisolar ofrece una protección 5, 10... o 50 veces superior a la exposición directa al sol. Aunque la actual generación de protectores ha optado por imitar a las tallas de ropa (S, M, L para pequeño, mediano o grande) y alude a valores absolutos: su índice de protección es bajo, medio, alto o muy alto.

Las cifras de afectados por cáncer de piel son ya de tal calibre que la Comisión Europea ha intervenido, definiendo el grado de protección que deben ofrecer las cremas homologadas y proponiendo claridad en el etiquetado. Nadie ve el final del gusto por la piel de bronce. Sí se considera ya un anacronismo la dermis conguito, aquellas caras ennegrecidas y súbitamente arrugadas que marcaron la moda hace 10 años. El buen gusto vuelve a asociarse al tono doradito. Es fácil saber las horas en que conviene no tomar el sol --de 12.00 a 16.00-- y es rara la familia que no ha oído decir al médico que mucho es malo. Pero las playas siguen llenas todo el día.