TCtuando alguien es víctima de una injusticia o de un delito a manos de cualquier desalmado, siempre tiene la esperanza de que la autoridad venga a poner las cosas en su sitio. Todo se complica si quien reparte injusticia y administra brutalidad es el organismo encargado de velar por nuestros derechos. Ahora que se han destapado las fechorías de un tal Ginés y su grupito de policías locales de Coslada, uno no puede evitar pensar en la peliaguda situación en la que se ven inmersos quienes padecen los abusos de poder en todas sus formas, desde las más nimias y sutiles, hasta las que hacen peligrar la integridad física. En los últimos años han aparecido palabras inglesas como bullying o mobbing que no hacen sino poner un aire de modernidad a problemas y situaciones con una importante tradición. Quienes han estudiado estos asuntos con profundidad creen que estos excesos tienen un caldo de cultivo en los grupos jerarquizados y en los que no existe contacto entre responsables máximos y los puestos inferiores del escalafón. En esos casos debe de ser complicado encontrarse emparedado entre un superior que incumple las normas y que nunca sabes si cuenta con el beneplácito o la aquiescencia de los jefes supremos. Puentear los cauces previstos se convierte en una especie de cara o cruz que puede acabar en justicia o defenestración absoluta. Así que nunca está de más bajar a la tierra, leer entre líneas y abrir bien los ojos para que entre los alumnos, entre los trabajadores, entre la tropa y entre la ciudadanía no se produzcan ni acosos entre iguales ni, sobre todo, abusos de poder.