La directora española Xiana Yago explora en su primer documental la conexión entre el aborto clandestino y la violencia sexual contra las niñas en Ecuador, un país espejo de una realidad que sigue vigente en América Latina y en buena parte del mundo.

Un hospital. Un parto. Una niña que acaba de ser madre y llora. «Su papá no lo quiere», lamenta. De allí la escena se mueve a una escuela. Un trayecto que en Ecuador se repite con demasiada frecuencia. Así lo comprueba la doctora española María Carnicer, quien durante su investigación sobre el embarazo adolescente en el país tropieza con dos crudas realidades: el aborto clandestino y su frecuente conexión con el abuso sobre niñas. Ella es el hilo conductor del documental Las mujeres deciden, ópera prima de la directora valenciana Xiana Yago, quien se dio cuenta de esta situación 10 años atrás, mientras realizaba sus prácticas de medicina en un hospital de Quito.

«Fue una experiencia que me marcó. Allí conocí la situación del aborto clandestino porque muchas mujeres llegaban con abortos en curso», cuenta en una charla con EL PERIÓDICO tras la proyección del documental en el Teatro Nacional de Valonia de Bruselas, una parada más en la gira que la cinta está haciendo por todo el mundo —tras Bangkok y la capital belga las próximas son París y Ginebra— y que pronto recalará en España.

Por esa razón, y tras estudiar cine y guion, decidió volver al país andino hace cinco años para iniciar un proyecto que pone voz y rostro a la situación de injusticia que enfrentan tantas mujeres.

Y justicia es lo que busca una de las protagonistas, Mishell, una adolescente que cuenta a la doctora Carnicer cómo fue violada por su padre cuando tenía 10 años, al igual que su hermana mayor. «Mi papá le dijo a mi mamá que le iba a dar dónde más le duele», relata. La madre, Flora, admite el temor y las dificultades de ir a las autoridades y denunciar sin que haya «evidencias».

¿Cómo luchar entonces contra esta cultura de la impunidad? «Hay un tejido social de base para reivindicar que se haga justicia, aunque aún es minoritario y hay un establishment machista y patriarcal que oprime a la mujer en América Latina», explica Yago.

Aun así, la realizadora española quiere mostrarse optimista: «Creo que cada vez más hay más movimientos en la calle y en la red, como Ni una menos, y eso ayuda mucho a visibilizar la violencia y a denunciarla. También una estrategia válida, o eso espero, es hacer películas como ésta», afirma.

Una película que recorrió en mayo todo Ecuador durante tres semanas, proyectándose en escuelas e impulsando esa labor de concienciación, que tantas trabas se encuentra en su camino.

«Hay grupos de poder movilizándose constantemente en contra de los derechos de la gente. Es una lucha constante», explica.

Para muestra, Yago recuerda cómo el Ministerio de Sanidad puso una máquina de preservativos gratuitos frente a un hospital que tuvo que ser retirada porque para ciertos grupos de presión su presencia suponía «un escándalo».

En Ecuador, el aborto es únicamente legal en caso de peligro para la vida de la madre o de violación contra una mujer con discapacidad mental. Según la Organización Mundial de la Salud, en el país se producen cada año unos 125.000 abortos clandestinos, con todo el peligro que conllevan para la madre.

Un tabú que es un secreto a voces en la calle, donde las tradicionales hierbas para «sacar» al feto se han sustituido progresivamente por el Misoprostol, un medicamento contra las úlceras que también provoca abortos y una opción segura que peligra por las posibles restricciones a este fármaco.

Las cifras hablan solas: según datos de la Fundación Desafío, el porcentaje de partos de niñas de entre 10 y 14 años aumentó en el país un 78,1% entre 2002 y 2010. De cada diez víctimas de violación, seis son adolescentes, un abuso que en la mayoría de los casos se dan dentro del entorno familiar de las niñas. El 40% de ellas no lo cuenta y entre las que lo hacen, al 28% no las creyeron y al 16,3% les pidieron no contarlo. Al final, solo una tercera parte de las niñas y adolescentes abusadas son atendidas o reciben algún tipo de respuesta.

«Hoy en día hay redes de acompañamiento y un hueco legal que se utiliza en la línea telefónica Aborto seguro —de la que fue voluntaria—: puedes dar información siempre que sea científica y no utilices la segunda persona del singular sino la tercera, tipo ‘la mujer hace esto…’. Y obviamente el foco no está solo en la víctima, sino que se hace al mismo tiempo el apoyo para ellas y la denuncia al perpetrador», detalla Yago.

La opresión machista no solo se da en las situaciones de violencia explícita, sino que también se producen dentro de las relaciones consentidas: «Hay un punto crucial que es el de la negociación en la pareja. La relación es tan desigual que el hombre tiene el poder para no usar protección y la mujer tiene que aceptarlo».

Así lo expone uno de los chicos entrevistados por la doctora Carnicer en el documental: «La culpa es de los hombres, no de las mujeres. Ellas dicen ‘usa protección’ y ellos no quieren. Luego quedan embarazadas y los chicos dicen ‘ese bebé no es mío’».

Una espiral de sometimiento y silencio que también se encuentran las niñas a la hora de pedir ayuda, a pesar de las campañas de salud pública y planificación que el país ha puesto en marcha en los últimos años.

«Hay asesoramiento en los centros públicos, en teoría, pero luego te cuentan que las pastillas se caducan en el estante. Hay un déficit de acceso. Lo que dice Dayana -otra protagonista- , que le da vergüenza ir a la farmacia y pedir un medicamento gratuito», cuenta Yago. En el documental también se muestra cómo una farmacéutica se niega a dispensar una pastilla del día después, una mentalidad restrictiva que en nada ayuda a mejorar la situación de las mujeres.

Sin embargo, y a pesar de todas las trabas, la búsqueda de la justicia es el foco principal de un filme cuyo nombre ya busca empoderarlas: Las mujeres deciden. «Es que al final depende de nosotras el abortar o no, esa es nuestra decisión», concluye Yago.