TOttra mujer ha sido asesinada. Se llamaba Nadia . Otro hombre se ha arrogado el derecho a poner fin a una vida y el hecho de que a continuación se suicidara, no le quita un ápice de culpa. Quienes analizan estas cosas dicen que los agresores no quieren morir, pero a veces se mueren. Solo es una representación con la que pretenden que la sociedad minimice el horror de su acción, pero no hay exculpación posible. Lo piensan, lo meditan, buscan el arma, lo programan y actúan. Disparan, acuchillan, golpean. El jueves fue Badajoz, el viernes Barcelona, antes en Baracaldo o Alicante. Son ya setenta las mujeres asesinadas a manos de sus parejas o exparejas en España en este 2010 que está resultando muy trágico. No podemos acostumbrarnos a este goteo constante. Si cualquier colectivo hubiera perdido siete decenas de sus miembros en un año, cundiría la alarma y sin embargo, la sociedad mira casi resignada este reguero de sangre cuyo caudal aumenta. Y no solo las que han perdido la vida, también las golpeadas y las insultadas, las que mueren un poco más con cada agresión y ultraje. No podemos limitarnos a contemplar el espanto que se desarrolla a nuestro alrededor, no podemos ser meros espectadores como los que, el día en que murió Nadia, esperaron durante varias horas, pegados al cordón policial, para ver salir los cuerpos. Morbo social y pasividad. Más personas intentando captar imágenes de la muerte que presentes en las concentraciones de repulsa por el asesinato. Debemos implicarnos, ser activistas contra la violencia machista. Tenemos que utilizar el boca a boca hasta que el rechazo sea un clamor, aislar a los violentos y a los que insultan. Tenemos que hablar a los niños y a los jóvenes. Es nuestra obligación poner nuestro grano de arena para construir un mundo nuevo. Nadia ha muerto. Intentemos entre todos evitar nuevas tragedias.