Manolo Bejarano se despidió ayer del toreo. Se va todo un señor fuera de los ruedos y se va un torero que vistió el traje de luces con gran dignidad durante más de quince años, querido como lo son pocos toreros, también por sus compañeros que ayer le dieron calor en el coso de la Era de los Mártires. Fue la de ayer tarde de emociones, pero no porque la pusieran los toros del ganadero extremeño Arcadio Albarrán, de procedencia Guateles. Fue un encierro desigualado de presentación, con tres y tres, muy terciados los de la primera parte de la corrida y con más cuajo los tres últimos. Pero sobre todo, lo que desesperaba era lo ayuna de raza que resultó la corrida.

La tarde era de Manolo Bejarano, a quien correspondió un primer astado chico y corto de cuello. Era imposible que humillara. El cacereño le alegraba con la voz y le corría la mano en lo que fue un trasteo que no subió de tono por lo descastado del burel. Premioso con la espada, escuchó palmas. El cuarto era el de la despedida y tenía otras hechuras. Tocadito de pitones y de bonita lámina, prometía de salida cuando volteó sin consecuencias a Bejarano al rematar con la media las verónicas de recibo.

Brindó al cielo Manolo Bejarano en recuerdo de su padre y justo en el inicio de faena brotó el cante de Pedro Peralta, que el torero escuchaba en el centro del ruedo tratando de contener las lágrimas.

Inmediatamente dio sitio al albarrán en dos series por el pitón derecho, cortas en cuanto a muletazos, que lo eran de buen corte. Pero el animal se vino muy pronto abajo, se paró y ya no hubo manera de que tomara el engaño salvo en lo que eran medias arrancadas.

Le cantó también Juan Corrales y se fue a por la espada el torero, quien tampoco estuvo acertado con ella. La disposición fue premiada con dos orejas que le abrían la puerta grande.

El lote de Antón Cortés fue malo sin paliativos. Entró en él también un burel muy terciado que no humilló y protestaba en cuanto intentaba el albaceteño bajarle la mano. A media altura le sacó algunos muletazos y paseó una generosa oreja.

El quinto parecía que iba a embestir pero muy pronto se apagó en cuanto se sintió podido. El tercero era César Jiménez. Primero sorteó un burraquito noble pero muy justo de fuerzas. En el sexto se repitió la historia de un toro muy a menos y de nula transmisión. Concluía un festejo que, si bien dejó mucho que desear por el juego de los toros, suponía el adiós de Manolo Bejarano.