Don Pedro Rico Marcos, tío Pedro el de Yuste , nace en 1930. Viene al mundo, como no podía ser de otra forma, en el mismísimo monasterio, su padre, Adolfo Rico, era el guarda del recinto y de la finca colindante. En aquellos días únicamente estaba habitable el actual Palacio del Emperador. Una parte del recinto constituía la casa de Adolfo y de su familia, trabajando a medias, mediero lo llaman en La Vera, la finca del marqués, Montellano-Mirabel.

Pedro vive allí su bucólica infancia y en toda su intensidad y dimensión el proceso de rehabilitación del monasterio con el gran arquitecto don José Manuel González de Valcárcel. Pedro se enamora, Gregoria, de Cuacos, es la afortunada; allí se cuentan secretos y confidencias --qué mejor sitio que éste para el amor espiritual y térreo--. Muere el padre de Pedro y éste comienza a desempeñar las labores de guarda y le proponen también ser guía del monasterio, todo un gran reto para él. Vienen gentes de todas partes del mundo, personajes ilustres, miles de turistas, tú y yo. Pedro, pequeño de estatura, pero con voz potente y habla castellanizada, se dirige a ellos --la escalinata del emperador, la fuente donde se mantenían vivas las truchas, la cama donde muere, el diseño de la silla para la gota, los relojes, la cripta, la habitación desde donde podía ver el altar y escuchar misa, el ataúd de castaño... --, se siente importante, le observan con respeto, atentos, todo el mundo le escucha en silencio; a medida que van pasando los años con las preguntas de unos y las sugerencias de otros, Pedro se convierte en el mejor historiador-voceador de los últimos días de Carlos V y de aquel lugar real, sagrado y mágico. Es uno más de la comunidad religiosa, los hermanos de la pobre vida le tratan con una delicadeza y un cariño inmenso. Ellos se sienten seguros y confiados con Pedro cerca, incluso llega a comprarse una pequeña finquita, colindante con la tapia del monasterio, donde en los ratos libres cuida de unas gallinas o cultiva tomates y pimientos. Nuestro guardián de Yuste no descansa ningún día, para él no hay fiestas ni vacaciones, no conoce el término baja por enfermedad y cuando tiene que bajar a Cuacos o resolver algún asunto en Plasencia se siente intranquilo.

Pedro tiene 76 años, está en la finquita, limpiándola un poco, junto al monasterio; amontona y comienza a quemar unas hojas de mata de roble y allí, a escasos metros donde nació, su vida se apaga.

Son las once de la mañana del pasado 9 de febrero, desde Jaraíz de la Vera el cortejo fúnebre, serpenteando, asciende por las barreras de Yuste, su último camino; las ramas de los robles, sin hojas, desprenden pequeñas gotas de rocío, lloran desconsoladamente; la sierra de Tormantos enmudece; los siete hermanos de la pobre vida te están esperando a la puerta del viejo monasterio, se aprietan; el prior, Francisco de Andrés, con su mano derecha, temblando, se emociona, te da la bendición; dentro, en el altar mayor, con voces entrecortadas, suena el canto gregoriano; se conmueven las losas de la iglesia; la intensidad del rito católico adquiere aquí su máxima dimensión con las formas y maneras de los Jerónimos; tu sobrino, Antonio, el gran jardinero del Ayuntamiento de Cáceres, nota tu mano, como cuando en esta iglesia, en la niñez, le enseñastes a dar sus primeros pasos. El incienso, la homilía, las palabras tan bellas que te dice el padre prior "siempre tendremos presente a este hombre humilde entre los humildes, el guardián de Yuste y nuestro más fiel valedor". Todos pendientes de ti, como hace ahora 448 años en los oficios religiosos con el cuerpo allí presente de Carlos V, que a gustito te sientes vaya si te lo mereces. Allí el emperador, allí Pedro, el guardián de Yuste, que descanses en paz.

Matías Simón Villares

Cáceres