En 53 años de matrimonio, Angelines Torres, viuda de José Hierro, ha sido testigo excepcional de la creación de uno de los legados poéticos españoles más destacados del siglo XX. "Era un poeta nato, necesitaba la poesía como respirar", dice en una entrevista con EFE.

Una semana después de que la voz de José Hierro se apagara definitivamente a los 80 años, Angelines Torres no ha acabado aún de abrir telegramas de admiradores de su marido, gentes de toda condición, desde importantes políticos a camareros del bar que frecuentaba, porque, como ella dice, "la poesía de Pepe está por encima de todo".

"He sido su secretaria, su administrativa, su cocinera, su enfermera, de todo", dice esta mujer que se casó con José Hierro en 1949 y que se consuela ahora pensando que el poeta "ha muerto como él decía que quería morir, con las botas puestas, porque ya no hubiera quedado Pepe, no habría podido salir, se hubiera quedado en el sofá, algo que odiaba".

En su largo matrimonio ha podido comprobar que Hierro no exageraba cuando le daba la razón a Baudelaire en aquello de que el primer verso lo dan los dioses. Es más, ella asegura que los dioses también le dieron a su marido un don especial para la poesía "como a quien le dan una buena voz".

"Era un poeta nato por encima de todo, nadie se lo puede explicar, pero para él la poesía era como una necesidad, como la necesidad de respirar o de beber agua. El no lo decía así, decía que primero estaba la familia, pero, en realidad, lo primero para él era la poesía", explica.

LA CONQUISTA

Cuenta que a ella no la conquistó con poemas sino persiguiéndola desde que la conoció porque era amiga de su hermana. "Siempre andaba detrás de mí, él era un conquistador, pero conmigo no utilizó sus versos, en aquella época no le decía a nadie que era poeta".

Entonces Hierro trabajaba en una oficina y, como luego siguió haciendo toda su vida, pensaba sus poemas "en el tren o andando. Siempre tenía notas en los bolsillos con unas palabras o unos versos, se le ocurrían según caminaba, por eso sus poemas tienen mucho ritmo".

Luego aquellas notas eran trabajadas muy lentamente, en ocasiones durante años, porque "era muy perfeccionista", y la mayoría de las veces en un bar cercano a su casa en el que, pese a los ruidos, encontraba la concentración que necesitaba, una costumbre que tomó cuando sus hijos eran pequeños y en su casa le distraían.