Burela pasó ayer de los nervios al llanto a medida que anochecía. Por la mañana e incluso la tarde, los familiares de las víctimas, concentrados en las dependencias de la cofradía, se aferraban a una débil esperanza: que la burbuja de aire que impedía el hundimiento total del barco hubiera permitido a sus tripulantes permanecer con vida.

Sin embargo, todos eran conscientes de que, a medida que pasaba el tiempo, las probabilidades de un final feliz eran menores. "Este tiempo tan malo, el frío... es terrible, terrible", decía, con voz entrecortada, Alberto Ramírez, un marinero peruano que trabajó en el barco siniestrado durante un año y que tenía tres amigos a bordo.

La angustia dio paso a la desesperación. Aunque el patrón mayor de la localidad, Alfonso García, no cesaba de decir que "lo importante es recuperar a los que faltan" e insistía en que "la esperanza es lo último que se pierde" , no podía contener un cierto pesimismo avanzada ya la tarde. "Pasa el tiempo y eso no es bueno", decía.

La baja temperatura del agua, la ubicación de los camarotes (todos situados en la zona hundida) y la trampa en que se convierten los aparejos desplegados alrededor de la embarcación hacía pensar en lo peor.

Aunque de distintas nacionalidades, todos eran vecinos de Burela. Con uno de los puertos pesqueros más importantes de Galicia, célebre por su costera del bonito, Burela cuenta con una importante colonia extranjera, atraída por el trabajo que proporciona el sector.