Serán probablemente muy pocos los que no hayan visto ese vídeo, o no lo recuerden; fue a finales del 2007, y la secuencia en la que una adolescente ecuatoriana recibía una lluvia de insultos, golpes y patadas en un vagón de tren fue reproducida hasta el hartazgo en las televisiones de España, Europa y América, y, por la vía de internet, vista asimismo en quién sabe cuántos ordenadores de quién sabe cuántos países en todo el mundo. La presencia de una cámara en el interior del vagón, la existencia, por lo tanto, de un vídeo, y la, en algún momento, desmesurada difusión de las imágenes convirtieron el caso en mediático, y es de eso de lo que ahora echa mano el abogado de la defensa para cimentar su trabajo. Afirma lo siguiente: lo peor de las secuelas que sufre la chica no se lo dejaron los golpes, la humillación; se lo dejó "la trascendencia mediática".

LA CARA DE UN NIÑO BUENO Sergi Xavier Martín tenía entonces 21 años, y aparte de aquel despliegue de violencia, la noche del 7 de octubre del 2007, en un tren de la línea S-8 de los Ferrocarriles de la Generalitat, su actitud en esos tiempos no invitaba demasiado al perdón. Era soberbio, desdeñoso y altanero, y al acoso de las cámaras respondió siempre con chulería. Pero ayer, en la Audiencia de Barcelona, se presentó otra persona: un amilanado, un arrepentido, un compungido. Un redimido. Con más carne en la cara y los ojos clavados en el suelo. Con camisa. Parecía buena persona. Y así vestido, y con esos ojos, aseguró: "Ese día no era yo. Me doy asco de mí mismo". Perfecto. Redondo si un par de allegados no hubieran interrumpido luego el juicio con gritos xenófobos. Flaco favor

Como es un caso mediático, decenas de cámaras estaban allí para grabar. Y para encarnar, de paso, ese argumento de la defensa: que el "cuadro de ansiedad compatible con estrés postraumático" que sufre la víctima --lo dicen los peritos forenses-- es producto no tanto de la agresión como de la difusión desaforada del vídeo. "La causante de todo es la trascendencia mediática", dijo el abogado defensor. Los peritos sostienen, en efecto, que hay un antes y un después de las imágenes, y que tanta repercusión sí causó un daño extra a la víctima. "La sobredimensión de los hechos la hizo reinterpretar lo que había ocurrido", dijeron. Y de eso se agarró la defensa.

"Es una conclusión intolerable", reaccionó la atónita fiscala. "¡Como si los medios se lo hubieran inventado!", se quejó el abogado de la víctima. "No es por la trascendencia mediática --se defendió la madre, indignada--. Es por cómo ha actuado este chico, es por la seguridad de ella".

"INMIGRANTE DE MIERDA" Aquel 7 de octubre había un joven argentino en el vagón, Roberto Prieto. Ayer, en la sala de la audiencia, Prieto --vilipendiado desde algunos programas por no mover un dedo-- volvió a recordar la escena. "Le decía cosas como ´inmigrante de mierda´, y todos son unos ´inmigrantes de mierda´ --dijo-- y ella le decía ´por qué me pegas, por qué me pegas´, pero él no paraba". "Estaba llorando mucho", recordó. Y cuando le preguntaron si Martín tenía síntomas de haber bebido, o de haberse drogado, dijo que no, que hablaba bien, que no olía a alcohol, que se tenía en pie.

¿Por qué? Porque esa es la otra parte de la coartada. Que los golpes, las patadas y los insultos fueron por efecto de las drogas: de las "dos o tres cervezas", los "cuatro cubatas" y las "dos pastillas de éxtasis" que tomó antes ese día. La defensa, además, interpreta como atenuante que el acusado tuviera una infancia difícil, pero la fiscala no lo da por excusa. Pide tres años de cárcel. Visto para sentencia.