TQtué cambio climático ni qué puñetas. La verdadera amenaza es el aire acondicionado. Sitúense, Extremadura, verano, dos del mediodía. Como no somos gallegos ni nacimos en Finlandia, salimos a la calle preparados: gafas de sol, ropa adecuada, agua y grandes dosis de sentido común, o sea, nada de pararse a hablar en mitad de la plaza o de tomarse un carajillo a pleno sol. Luego, gazpacho, sandía y siesta, con las persianas bajadas hasta nuevo aviso. Pero entre nosotros habita una raza nueva, una mutación genética poderosa, los adoradores del aire acondicionado. Se mueven adoptando nuestra forma, imponiendo al planeta sus extrañas costumbres: te ofrecen una chaquetita cuando entras en su casa porque si no, te congelas en julio, y eligen dormir con manta en agosto. Presumen del frío que hace en su salón y exigen lo mismo en cuanto salen de sus cuatro paredes. Su poder es infinito. Los bancos, los centros comerciales, las oficinas, el mundo entero está a sus pies. Da igual la temperatura exterior, no importa que mueras del contraste; dentro, uno debe pasar frío. Pides un crédito o compras un yogur, y no sabes si tiritas por el precio y los intereses o por la piel de gallina que te levanta el aire helado. Se montan en el coche un día fresquito, y exigen el climatizador, sin querer bajar las ventanillas. Viven en la burbuja de la opulencia, de espaldas al mundo que nos ha tocado en suerte. Hay un término medio entre el verano de nuestros abuelos y el frío de diseño. Si no lo encuentran, siempre pueden volver a los tiempos de los hielos perennes. Por muy modernos que se consideren, entre dinosaurios está su sitio.