No todos nos alarmamos por las mismas cosas: a los millones de españoles que nunca montan en avión les preocupa poco que 600.000 se quedaran en tierra hace unos días. Pero la jugada de los controladores afectaba a un estrato social muy influyente y el Gobierno fue capaz de reunirse en sábado y hacer sonar las alarmas. El mismo número de personas se verán perjudicadas por la pérdida del subsidio de desempleo de 426 euros, pero los integrantes de este colectivo deben de ser tan poco glamurosos que no merecen ni un diminuto estado de precaución. Un atentado terrorista provoca la parada de las rotativas y programas especiales en radios y televisiones, con declaraciones de políticos, concentraciones silenciosas y entrevistas por doquier. La septuagésima mujer asesinada por su pareja este año no tiene nombre y seguirá sin tenerlo, no tendrá monolito en su memoria ni se decretarán tres días de luto. Europa es comida a dentelladas por los tiburones financieros mientras los gobiernos, confundidos ante las calificaciones de las agencias de rating, son incapaces de salir en defensa de sus ciudadanos más desasistidos como en su día hicieron con los bancos. Mientras tanto, la población se distrae viendo dar patadas al balón, regurgitando la basura que vierten las televisiones y comentando cotilleos infames. El mundo entero debería estar ya en la calle reclamando otro modelo de organización planetaria, que haga compatibles las palabras vida, dignidad y futuro. Pero no saltan las alarmas. El cloroformo social tiene una eficacia perfecta y la esperanza son cinco cifras cantadas por los niños de San Ildefonso.