TEtl tiempo pone todo en su sitio. Les decía la semana pasada que no debemos olvidar nunca que vivimos en democracia, y que eso significa entre otras cosas que desde el respeto podemos reírnos de todo y convertirnos en objeto de burla. Y que la libertad de expresión y el humor eran resultado de una conquista de muchos siglos. Y que había chistes buenísimos.

Por ejemplo, solo desde el humor más ruin se entiende este chiste: va un teólogo de Valencia y dice, pues no que las mujeres maltratadas se callan las muy ladinas y no cuentan qué hicieron para que las maltrataran, porque el hombre no pierde los estribos por dominio sino por debilidad, y por eso aplasta a la provocadora. Te mueres de la risa. No es más que una variante de otro chiste que dice pega a tu mujer, que ella ya sabrá por qué o incluso, cómo no tendría al pobre hombre para que la matara.

Este teólogo es buenísimo. Un filón. Y no presenta estos chistes en programas de humor, qué va. Para eso está la hoja parroquial Aleluya. ¿No provocan ellas con su lengua? Pues se van a enterar. Podría hacer dúo cómico con aquel juez para el que llevar minifalda era una provocación. Iban a arrasar.

El caso es que la libertad de expresión consiste en eso, en que hasta un catedrático jubilado de teología pueda escribir estas perlas. Pero también consiste en que una pueda dudar de si su jubilación fue anticipada, por incapacidad física o mental, por puro agotamiento o porque se le iba la olla. Aunque como diría él, hablando del maltrato, cualquier motivo de los anteriores no sería más que un atenuante, nunca una justificación. Aleluya.