Durante muchos años Alemania ha sido un referente ecológico. Proclamada potencia líder en la transición hacia un modelo energético verde, impulsó un programa para incentivar las energías renovables que ha conseguido que hasta el 35% de la electricidad que se produce ahora en el país provenga de fuentes limpias. Los récords en abastecimiento nacional de energía eólica y solar se baten recurrentemente y los alemanes son líderes en consumo de productos ecológicos. La conciencia social les ha convertido en un ejemplo entre las grandes naciones industriales. Aun así, algo falla en el modelo climático germánico.

Por su hegemonía en Europa y tras la llegada de un negacionista climático como Donald Trump a la presidencia de EEUU, la voz de Berlín y de la cancillera Angela Merkel ha ganado fuerza en defensa del Acuerdo de París. Sin embargo, Alemania se ha estancado en la lucha contra el cambio climático. Francia y Suecia son los que más se esforzaron en el 2016 según el Climate Change Performance Index. Alemania va en el número 29 de la clasificación, en camino de «incumplir sus objetivos de reducción de emisiones contaminantes para el 2020», que proponen un recorte del 40%. Además, hasta 12 países de la Unión Europea consumen más energías renovables que la primera potencia económica.

Por mucho que invierta en renovables, los objetivos climáticos alemanes no se cumplirán sin un abandono de las materias más nocivas. En los últimos cinco años los subsidios a la energía verde apenas han crecido. Hay que sumarle que Alemania aún depende de fuentes altamente contaminantes como el carbón, que es el 40,3% del total energético. De este, el 23,1% se debe al uso del lignito, el combustible fósil que emite más dióxido de carbono (CO2). Es altamente contaminante, pero también más barato que otras fuentes. El daño medioambiental del lignito alemán se cifra en 16.800 millones.

Ningún otro país en el mundo utiliza tanto lignito. Aunque se espera que en el 2018 se debata políticamente el caso, los expertos apuntan a que las negociaciones domésticas para poner en marcha un plan que cumpla con el Acuerdo de París están «dominadas» por los «intereses egoístas» de la industria del carbón y de otras energías sucias.

Esta doble cara se ilustra en la Convención Climática (COP23) que se celebra estos días en Bonn. Muy cerca está la compañía minera alemana RWE, la más contaminante de Europa, que planea la expansión de sus dos mayores minas de Hambach y Garzweiler. Siete de las diez compañías más contaminantes del continente son alemanas y explotan lignito.

cierre de las nucleares / Tras el accidente en la nuclear japonesa de Fukushima, en el 2011, Merkel anunció el cierre de todas las centrales del país para el 2022. Fue sobre todo un gesto de estrategia política para robarle el programa a los Verdes. Con este frente a punto de zanjarse, el nuevo enemigo a batir es el carbón. Seis años más tarde y con un liderazgo más mermado, nada apunta a que la cancillera asuma una posición más ambiciosa para impulsar a Alemania en la lucha contra el cambio climático.

¿Puede cambiar eso con la llegada de los Verdes al Gobierno? Los ecologistas han hecho de la agenda climática su principal lema, pidiendo el cierre de las 20 centrales de carbón más contaminantes y que se fijen fechas para el abandono de esta energía. Al otro lado de la mesa, ni conservadores ni liberales aceptan regular un sector energético de gran peso económico y miles de empleos. Frente a la reducción de nucleares, Alemania está ante otra contradicción: sin una transición limpia más rápida y ambiciosa seguirá dependiendo del carbón.