TSton el enamoramiento y la alergia enfermedades estacionales. Nos pasamos el invierno congelados y despertamos en primavera a la guerra de los sentidos. Ambas tienen que ver con el otro, una en la etimología, y otra en que nuestro bienestar depende de la contemplación del ser amado, que raras veces es uno mismo, narcisistas aparte.

Ambas enfermedades tienen los mismos síntomas: ahogo, temblores, visión borrosa, lagrimeo... Las dos atacan sin hacer distingos, igual que la muerte, aunque ninguna de ellas la causa, y eso que quienes las padecen creen morir a cada instante. Llegan de pronto, inesperadas. Uno está tan tranquilo durante años, y un buen día se levanta con el organismo alborotado y aborrece lo que antes era motivo de embeleso, llámese flor o amante, polen, cónyuge o amigo.

De ellas todos se quejan. Uno se desmaya, otro se atreve, los hay ásperos, tiernos, liberales, esquivos, hay quien bebe veneno por licor suave y da su vida entera a un desengaño. Otros las cortan a su medida, escriben en su alma vuestro gesto, huyen tanto la rosa como la azucena, y algunos hasta se pulen los rosales.

Una ha merecido más literatura que la otra. Injustamente, ya que son igual de veleidosas, igual de imprevisibles. Para algunos duran toda la vida, y otros apenas las conocen. Incluso hay quien no las ha sufrido jamás.

Pero ya verán ustedes cómo cambian los sonetos modernos. Pronto dejaremos de cantar al amor y empezaremos a hablar de la rinitis o la conjuntivitis, incluso del asma. Más que nada porque empiezan a ser más frecuentes que el enamoramiento.

Así que no se espanten. Esto es alergia, quien lo probó, lo sabe.