Menos mal que ya mismo empiezan los mundiales. Sin partido del siglo a la vista, sin entrenadores a punto de dejar de serlo, no nos quedaba otra cosa que el duelo entre Esteban y Lomana , que, desgraciadamente, también ha acabado. Así cualquiera desvía la atención de la que está cayendo, de las cifras de parados, de la subida de impuestos, de la bajada de sueldos. Con los elementos en contra, sin una mala cortina de humo que llevarse a la boca, aparecen los mundiales y todo está solucionado. La roja simbolizará nuestros sueños de grandeza, aplastaremos a esos malvados países que nos han colocado donde estamos y volveremos a ser un solo corazón. Da igual que los políticos tarden en bajarse el sueldo, da igual que hayan sido tan rápidos en bajárnoslo a los demás, porque dentro de nada vibraremos juntos en este verano desolador que se avecina, y eso es lo único que importa. Así que vamos a inundar los telediarios de fútbol, de ardor nacional en torno a la selección española. A ver si acaso nos llevamos algo, que últimamente entre Eurovisión y los índices bursátiles andamos malamente. Ya lo decía el otro día Uribarri , en su explicación didáctica sobre los votos de los países. Tenemos el mundo en contra, como siempre, pero triunfaremos, vaya que si triunfaremos. Y si no, ya habrá alguien a quien echar la culpa, los bielorrusos y sus caprichosas votaciones, o algún espontáneo que se cruce en nuestro destino universal. Mientras tanto, frente a la crisis, los mundiales. A todas horas. Con qué poquito nos calman. Con qué retórica barata nos acunan para que sigamos dormidos. Algo pequeñito, algo chiquitito, uououo.