«Alguien ha metido la pata. O la empresa siniestrada no cumple con los requisitos de seguridad que se exige para una actividad de esas características o quienes dieron los permisos para construir viviendas y un instituto tan cerca no sabían bien lo que estaban haciendo». Quien habla así es Ismael Pradillo, jefe de mantenimiento del IES La Poveda, el más cercano de los cinco centros educativos desalojados, a unos 500 metros de la planta de gestión de residuos incendiada. La misma distancia a la que se encuentra su domicilio familiar y el de su madre, en la urbanización Estrella de Oriente, donde se encontraba en el momento en que se produjeron las explosiones.

«‘Otro terremoto’, ha dicho mi madre tras la segunda explosión. Ha sido una cosa bárbara, pero enseguida hemos empezado a ver la gran columna de humo negro y yo ya sabía de donde venía todo», añade Pradillo, que ya tenía muy presente en ese momento el incendio de hace casi cuatro años, lo que le lleva a reiterar su exigencia de que se tomen las medidas adecuadas para no poner en peligro la vida y la salud de las personas.

El polígono

«Esa nave lleva más tiempo ahí que las del resto del polígono, puede que más de 30 años, y por supuesto que las viviendas y el instituto... A estas alturas yo solo puedo deducir que el barrio está mal ubicado o está mal ubicado el polígono. Si la empresa tiene todo en regla, le tienen que dar todas las facilidades del mundo para que cambie de ubicación» continúa el jefe de mantenimiento del IES La Poveda, mientras destaca que los más de 700 estudiantes habían salido del centro asustados pero sin alarmismo, aunque pocos fueron los que se entretuvieron en recoger sus mochilas y objetos personales.

En principio, con la primera detonación, creyeron que el estruendo provenía de una máquina que realizaba obras en el polideportivo de enfrente, pero la segunda les puso los pelos de punta, como se los puso a Rafael Rodríguez y Benito Fernández, dos de los socios de la empresa Carpintería Beni, en el polígono Los Robles, apenas a 400 metros del de Borondo-La Poveda donde se produjo el siniestro.

Ellos, y los cuatro trabajadores de la empresa, también creyeron que el ruido de la primera detonación venía de las obras en una nave contigua, pero con la segunda todo tembló y la visibilidad pasó a ser prácticamente nula a consecuencia del polvo que se levantó. El techo de una oficina se desplomó y varias ventanas resultaron afectadas. «Nos hemos llevado un susto de muerte. Cuando hemos salido a la calle no dejaban de salir disparados hacia el aire bidones como si fueran bolas de fuego», relata Benito.

En la empresa de decoración Picola, más cercana al foco del incendio, también se vino abajo la techumbre de la oficina y dos empleados resultaron heridos leves. La sólida puerta de entrada a la nave, de cinco metros de altura, se dobló, amén de cristales rotos y varias ventanas desencajadas de los marcos.