Ambrosia Zanca ha padecido ya demasiado como para asustarse por una ventisca de chichinabo. "Mire usted, yo he pasado una guerra y lo del hambre, que había que trabajar en invierno para hacer carbón y comer unas patatas porque no había. Eso sí que era pasar frío y no ahora con la jubilación y la estufa".

En Riomalo de Abajo, el pueblo de Ambrosia, no nieva tanto como en Riomalo de Arriba. "Aquí están blancos los altos de las Mestas y la Alberca, pero al pueblo no llega mucho. Aunque hace dos años cayó una buena y nos quedamos aislados en Nochevieja", relata Ambrosia con voz muy limpia.

Sierras del norte de Cáceres, pueblos de Gata, de Hurdes, del Jerte y la Vera. Tierras blancas de febrero y vecinos acostumbrados a convivir con la nieve. Riomalo de Arriba es la aldea hurdana más afectada por el temporal. Las imágenes de christma se suceden: tejados de algodón, árboles de azúcar, el camino que serpea nacarado, los huertos resplandecientes de nieve virgen. Pero falta el hombre: en Riomalo de Arriba no hay nadie.

"A estas horas de la mañana, Jesús y Benita estarán en el huerto y Gabriel andará con las cabras. A ellos les da lo mismo la nevada y en el pueblo, en invierno, no vive nadie más que ellos tres, los demás vecinos son mayores y pasan estos meses con los hijos, en Ciudad Rodrigo", aclara Irene, alguacil de Ladrillar.

En Ladrillar ha caído bastante nieve, pero no ha acabado de cuajar y se puede acceder al casco urbano sin riesgo. Los problemas empiezan más allá del pueblo: la carretera se empina camino del alto de Casares y a partir de Riomalo de Arriba, una cinta roja avisa de que está prohibido el paso: son cinco kilómetros hasta el alto en una zona de umbría y ahí sí que cuaja la nieve.

"En la comarca no hay máquinas quitanieves. Si se necesitan, se piden a la diputación. Esta carretera es un camino vecinal asfaltado. El autobús que va a Salamanca a las siete y vuelve a las cinco y media no viene nunca por esta ruta del alto de Casares", detalla Irene.

A 45 kilómetros de Riomalo en línea recta (135 por carretera), Francisco Javier y Ernesto atienden los fines de semana a los curiosos que llegan desde Cáceres, Navalmoral o Plasencia a ver la nieve. Ernesto trabaja en la hospedería La Serrana de Piornal y Javier, en el restaurante Kiola de Garganta la Olla. Entre ambos, el puerto de Piornal, nevado y cerrado al tráfico en estos días fríos y blancos del invierno extremeño.

La hospedería piornalega está situada estratégicamente. Las máquinas quitanieves de la mancomunidad despejan la carretera justo hasta la puerta de La Serrana . Después, paso cerrado y un manto espeso y puro de nieve cuajada. "Son dos kilómetros hasta el alto y los fines de semana esto se llena de turistas que vienen a lanzarse bolas y a hacerse fotografías. Esos días los notamos porque vendemos muchos Colacaos y muchos chocolates calientes", especifica Ernesto.

A PALADAS Cuando arrecia el frío, los jóvenes de Piornal se reúnen a ver películas con el nuevo proyector de cine, los niños hacen muñecos y los mayores se quedan en casa. "Pero ya no es como años atrás, que nevaba, se suspendían las clases y los hombres del pueblo tenían que abrir la carretera a paladas. Ahora ya hay máquinas quitanieves, las casas tienen calefacción y casi nadie se conforma con el brasero de picón", evoca sus infancias nevadas María José, gestora cultural de Piornal.

María José enumera las ventajas de la nieve: "En primer lugar, no deja de ser agua para el campo y después, si cae en fin de semana, esto se llena de gente, los bares y las tiendas tienen mucha clientela y los albergues y los hoteles están ocupados". Ernesto reconoce que el restaurante y la cafetería de la hospedería se llenan, "pero en el pueblo la nieve está pisada, se hace hielo y hay muchos guantazos".

Isabel, funcionaria municipal de Casares de las Hurdes, es una víctima de la nieve: su voz suena gangosa y doliente porque el frío está pudiendo con su garganta. Los 670 habitantes del pueblo hace muchos inviernos que no quedan aislados por las nevadas. "Cuando arrecia la ventisca, nos quedamos en casa, leemos más y vemos más la televisión".

Quien no se ha quedado en casa y está disfrutando de lo lindo con esta semana de nieve es Elena, la hija pequeña de la alguacil de Ladrillar. Tiene tres años, no había visto nunca la nieve y el domingo, cuando su madre la llevó al alto de Casares para que la descubriera, se la quería comer... Creía que era de azúcar.