Amigo Justo, qué pronto te has marchado. No has esperado a que te acompañara a tu última morada, pues me encontraba lejos de nuestra querida localidad.

Aunque por mis pobres conocimientos de la medicina esperaba no muy lejos ese desenlace, nunca creí que iba a estar tan cercano. La sabia naturaleza ha sido muy cruel contigo hasta en tus últimos momentos.

Quizás estoy un poco desmemoriado. Ahora recuerdo que mi espíritu estaba ahí, con los tuyos, a pesar de la distancia, siguiendo el cortejo, viendo a tu querida esposa, a tus queridos hijos y a tus nietos con los ojos humedecidos por las lágrimas que el dolor proporciona cuando se nos va un ser querido.

Vas con las manos llenas, como nos dice la Iglesia que debemos ir, a la que tú perteneces, pues tú ya eres iglesia triunfante, por si te han pedido algo al llegar.

Has sido un buen esposo, un buen padre y un buen abuelo. Recuerdo que en alguna ocasión me decías, tengo un nieto, David, que es un trabajador nato. Le tenías mucho cariño. Esa es la buena semilla que has quedado, pues esa familia que queda aquí, eres tú. Siempre se ha dicho que los hijos son la continuación de los padres.

Eras un hombre íntegro. En tu exterior se veían las huellas de esos trabajos duros que comportaba la agricultura y la ganadería. En tu interior había un corazón muy grande y muy solitario. De esto último doy fe.

Amigo Justo, te dejo, no quiero que ocurra como el día que recibí la noticia de tu óbito y manche el papel con alguna lagrimilla.

Hasta siempre, buen amigo.

Antonio Huertas Collazos