Grandes sillones, muchos periódicos, artesonados de maderas policromadas, columnas de mármol, techos altísimos, detalles mudéjares, escaleras palaciegas y un comedor donde suenan valses, cuplés y romanzas mientras camareras afectuosas de dicción exquisita te sirven la crema de espinacas, la pescadilla de ración, los calamares en su tinta con arroz blanco... Y ayes, muchos ayes...

"Cuántos suspiros se dan aquí, madre mía de mi alma, parece que uno sólo viene aquí a suspirar". Estamos en el hotel balneario de Baños de Montemayor. Hemos venido a pasar un fin de semana de agua, relax y placeres antiguos. El hotel se levantó en 1928 y conserva la estructura, los detalles y el aroma de los felices años 20, pero se han remodelado las instalaciones y tras las puertas de madera y los cristales esmerilados, un ascensor que parece sacado de la película Minority Report te saluda y te lleva a tu piso: "Cerrando puertas... Planta segunda".

Los balnearios están de moda. Ya no vienen sólo mayores con achaques, sino muchas parejitas jóvenes en busca de programas terapéuticos de amor y relax: pasean por el hotel agarrados de la mano, haciéndose arrumacos, sonriendo siempre, dirigiéndose hacia la sauna húmeda, hacia la ducha tropical, hacia el baño romano aromatizado... Aunque quienes más ternura inspiran son las parejas mayores: entre el chorro termal y el baño antirreúma, se cuidan, se miman, se esperan, se ayudan...

EL BAJON Los balnearios te relajan tanto que te ponen un poco triste y un tanto sentimental. Tras la inhalación, los parafangos y la presoterapia te da un bajón y necesitas que te quieran y que además, te lo demuestren. Y claro, Baños de Montemayor, al atardecer, es un florilegio de suspiros, una antología de caricias, un edén venusiano y cariñoso.

Las horas de las comidas son fundamentales en el hotel balneario. Cada pareja tiene su mesa adjudicada con su jarra de agua y su botella mediada de vino. Los clientes se conocen desde hace años y las conversaciones vuelan de mesa en mesa. "Caramba, don Nicodemo, otro año por aquí". Las camareras son sentenciosas: "Ya lo sabe usted doña Evelia: las dolencias se superan con paciencia". Y comentan el tiempo sin repetirse nunca: "Aquí, doña Elpidia, por el día, calorcito, y por las noches, fresquito".

En el hotel balneario, la clientela tiene nombres galdosianos: don Nicodemo, doña Elpidia, doña Evelia. Aquí no hay prisas. Las señoras siempre tienen preferencia. En un par de horas uno se ve dominado por una agradable sensación de vuelta al pasado iluminada por esos globos de luz que no veías desde que siendo un niño visitabas a los abuelos. Y acabas hablando en voz muy baja, y diciendo vaya usted con Dios, y regalando optimismo al compañero de bañera termal: "No se aflija usted Pantaleón, que nadie se muere por un reúma".

Claro está que no todo es perfecto. Así, en las habitaciones del hotel faltan colgadores para tanta toalla y tanto albornoz mojado, las duchas-teléfono están viejas y son poco eficaces y las puertas del cuarto de baño deben de ser de la época de Primo de Rivera: encajan a base de fuerza bruta y no se cierran por dentro, sino desde fuera. O sea, vas a tus cosas y no cierras, te encierran.

Junto al hotel balneario hay un chiringuito peculiar. Tiene mucha sombra, abundante césped y bastante confort, pero su techno-camarero es un tanto despistado y arbitrario: a unos les pone cestita con patatillas y a otros los deja a dos velas. De vez en cuando pincha bakalao obsesivo, a pesar de que el 90 % de la clientela pasa de los 50. Aunque lo peor es que en la noche del sábado, el chiringuito regala verbena sabrosona y en el hotel sólo duerme doña Gertrudis. "Es que yo ya me sé lo de la verbena y me traigo unas pastillas de valeriana estupendas".

Pero bueno, gracias al escándalo verbenero y al techno-camarero los bañistas tienen de qué hablar mientras hacen cola para pasar a los parafangos, que las parejas jóvenes con mentes calenturientas imaginan como un chapoteo quasilujurioso en el barro, pero se trata de una lámina rígida de parafina y fango muy calentita que te colocan en la espalda y te cura todos los dolores.

Y antes del almuerzo y la siesta, un ratito en la piscina climatizada: gran bañera humeante repleta de señoras en remojo que comentan lo bien que se come y lo limpio que está el hostal Eloy, lo agradable que resulta el paseo hasta la vieja estación y el placer de pasar unos días en Baños de Montemayor, ese pueblo extremeño donde tanto se suspira.