TAt cualquier hora puedo ducharme con agua caliente, abrir la nevera y sacar una loncha de queso, beber un trago de agua embotellada o hablar con mis hijos, aunque estén a trescientos kilómetros de mis labios: ninguna generación ha vivido tan a lo grande como yo vivo ahora. Y, sin embargo, ojeas la prensa o te asomas a un informativo y tienes la sensación de que ya es el Apocalipsis en el Corte Inglés, que anda suelto Satanás. Alguien ha hecho del miedo un terreno recalificado de magras ganancias. Y no sólo los empresarios de la comunicación sacan beneficios, también los políticos juegan en la liga profesional del terror. La suya es una guerra por el poder donde todo vale. Da igual un atentado terrorista o una guerra en el Oriente. La cuestión es ver por todas partes el rabo de Satán. Ahora le toca el turno a un álbum de fotos. Satanás hoy se llama Montoya . En su contra se esgrimen dos razones: que sea un trabajo subvencionado por la Junta y que una pornografía con símbolos religiosos. Quizá sea una gilipollez fotografiar a una señorita disfrazada de estatua de semana santa abrazando a un cerdo, pero a muchos les resulta más pornográfico destinar dinero público a gastos militares o al boato de la Familia Real que patrocinar artistas que miran con humor a la Sagrada Familia. Después de todo, los artistas no están para retratar bodegones y reyes, sino para descabezar símbolos. Donde abundan los símbolos, la razón duerme. En cuanto te descuidas, se hacen más importantes que las personas. A poco que nos pongamos puntillosos nos pasa como a Tailandia, donde consienten la prostitución infantil, pero es delito insultar al rey.