Algunos habían hecho la ruta ya seis, siete, hasta ocho veces. También de noche, en plena oscuridad sobre la carretera principal de Mauritania, la Nacional 2, donde se necesita un día entero para recorrer 500 kilómetros. Los voluntarios de Barcelona Acció Solidària (BAS), a bordo de cinco camiones con un remolque y ocho todoterrenos, solían ponerse en marcha a las seis de la mañana para llegar después de las nueve de la noche al destino. "Nunca ha sido una carretera peligrosa; es como si te secuestraran en la AP-7", decía ayer Francesc Osán, que dirige la Caravana Solidaria desde Barcelona.

La noche del domingo, la caravana iba con algo de retraso, tras descargar por la mañana parte de su material humanitario en Nuadibú, la ciudad portuaria del norte, y hacer un alto de camino en Inal. Cuando el último coche fue atacado, a las 19.15 hora local (una hora más tarde en España), aún les quedaban 150 kilómetros hasta la capital, Nuakchot.

Ahí, tras una noche sin dormir, recorriendo el resto del camino escoltados por las fuerzas de seguridad, los compañeros de Alicia Gámez, Roque Pascual y Albert Vilalta se debatían entre el cansancio y la incertidumbre. "Lo único que nos haría bajar la tensión que llevamos dentro es cualquier noticia de los secuestradores, de quiénes son y qué quieren", explicó anoche Josep Ramón Giménez, uno de los responsables de la expedición. Por la tarde, fueron convocados en la embajada española con la promesa de que serán informados en cuanto haya novedades.

A lo largo de hoy, en una asamblea telefónica con Barcelona y Dakar, donde ya se encuentran otros voluntarios de BAS, se decidirá si la caravana sigue su camino previsto hacia Senegal y Gambia o regresa a España a través de Marruecos, sin descargar la mayor parte de su ayuda.