THtacía algún tiempo que andábamos distanciados. Una tarde, ¿te acuerdas?, chocaron tu mal genio y el mío, tal para cual, y las chispas llegaron a los Entrines. Después, pues eso, la tozudez compartida, el miedo o la pereza hizo el resto. Pero los dos sabemos que era una distancia cálida, porque de qué otra forma podría ser, después de tantos años respirando el aire común de nuestras vidas.

Y esta mañana absurda de domingo, con brumas desquiciadas por el campo, cuando el almendro amanece unas flores que duelen de tan blancas y ya hay unos vencejos que gorjean adelantándose a la idiotez de la primavera, salgo de mi egoísmo en busca de la cita con tu ausencia, camino del encuentro con las lágrimas que de tuyas, son mías. Me dijo José María Valero , señalando el cielo mientras tratábamos de asimilar tu injusto vacío, que los amigos somos como las estrellas, aunque no las veamos, sabemos que están ahí. Tú siempre has estado ahí. ¡Qué cabezones somos y hemos sido! ¡Qué tiempo de andar juntos desperdiciado!

El dolor se acomoda en esta orilla, tú lo sabes. Pero sostengo la teoría de que, a nuestra edad, buena parte de la alegría que podamos sentir está en la capacidad que tengamos de vivir en nuestros recuerdos. Y ahí te tengo cogido. No puedes escaparte porque, recordándote, harás que sea feliz. Lástima grande, querido amigo mío, que no pueda ya agradecértelo. Pero mira, Cosmito, tenemos tiempo. Tiempo para estar juntos es lo que nos sobra, a ti y a mí, en esta eternidad de nuestros sueños. jabuizaunex.es