Suele decirse que tras la tempestad llega la calma. En el caso de los 630 inmigrantes que hace una semana fueron rescatados por el barco Aquarius, tras la tempestad llegó la ansiedad, el miedo, las dudas, la vulnerabilidad y la frustración. A ratos también la esperanza y la sonrisa. Y la gracia de, como mínimo, haber salvado la vida. En Valencia les espera un manto de algodones, pero después de esa acogida de emergencia empieza lo más complicado: un traje a medida para cada una de esas almas arrancadas del mar por SOS Mediterranée y Médicos sin Fronteras (MSF).

Los servicios sociales saben muy bien lo que deben hacer cuando los tres barcos lleguen de manera escalonada al puerto la mañana del domingo. Mujeres embarazadas y enfermos serán trasladados a hospitales. El resto, tras pasar por varios filtros que determinarán su estado de salud, su edad y su situación (unidades familiares, personas solas, niños no acompañados), serán derivadas a distintos centros de acogida; nueve en total, según la planificación de Cruz Roja. La logística está a punto.

Ignasi Calbó es el responsable del programa Ciutat Refugi del Ayuntamiento de Barcelona y trabajó 15 años en MSF. Conoce bien lo que está pasando y lo que puede suceder a partir de ahora. Cuenta que en el barco ya se ha realizado un "trabajo psicológico muy importante". Advierte que lo siguiente será "muy complicado, ya que estas personas arrastran un proceso migratorio de muchos años en los que lo han pasado fatal, entre torturas, conflictos bélicos, la muerte de familiares, explotación laboral, mafias". Calbó pone el acento en la mujer. "Muchas de ellas inician este camino con la seguridad de que serán violadas y empiezan a tomar anticonceptivos para evitar embarazos durante la travesía".

"Devolverlos a la vida"

Isabel Ferrer es la directora de Protecció Civil de la Generalitat de Catalunya pero hasta no hace demasiado lideró el Centro de Urgencias y Emergencias Sociales de Barcelona (CUESB). Lidió, entre muchas otras, con la tragedia del avión de Germanwings, asistiendo en Los Alpes, junto a su equipo, a las familias de las víctimas de aquel siniestro aéreo. Es una profesional de los servicios sociales que dice las cosas sin filtrar en exceso, lo que viene muy bien en estas situaciones para hacerse una idea real de lo que está por venir. "Estas 630 personas acaban de salir del horror y nuestro trabajo es devolverlos a la vida. Hace falta tiempo, hablamos de años, y mucha paciencia. Debemos dar a su vida un nuevo sentido, y eso no es fácil".

Ambos expertos coinciden en la cautela de no saber absolutamente nada de las vidas de estas personas. Precisamente porque cada una de ellas "arrastra un trauma particular", y además lo habrá vivido y sufrido de manera distinta, el abordaje psicológico y social requiere de ese citado traje a medida. Ferrer lo resume de esta manera: "Los primeros momentos será de un cierto noviazgo. Nos acogen, nos quieren, nos facilitan ropa limpia y una ducha. Nos ve un médico y nos llevan a un sitio en el que tendremos una cama. Pero pasadas 48 o 72 horas, esa luna de miel desaparece. Entonces es cuando aparecen las expectativas y tienes que empezar a trabajar, caso por caso, en un futuro viable que no siempre es posible". Entre otras cosas, porque cada uno ha tenido su razón para huir. Y aunque el sentir general señale siempre la pobreza porque se relaciona con África, no siempre es así. Ni mucho menos.

Cumplir las proyecciones

Ese paso, el de proyectar, es el más complicado. Por varias razones. La más importante quizás sea el encaje de esas expectativas con la legislación. Si su deseo inicial era llegar a Italia de manera ilegal para luego llegar a otro país, como Francia, donde tienen familiares o amigos, eso no siempre será posible. Está por ver, por ejemplo, cuántos de los inmigrantes reclaman la condición de refugiados, lo que permitiría, entre otras cosas, que ciudades que se han ofrecido, como Barcelona o Madrid, puedan empezar a acogerlos con todas las de la ley. Ahí entraríamos en otro embrollo, pues la carta de solicitante de asilo tiene un plazo de seis meses, prorrogable. Totalmente insuficiente como para que alguien así pueda empezar a regularizar su situación, por ejemplo, mediante un contrato de trabajo. Podría ser peor el remedio que la enfermedad: de la noche a la mañana, si no se les renueva la tarjeta de refugiado, pasarían a ser inmigrantes ilegales, y por lo tanto, quedarían expuestos a una expulsión del país. Y vuelta a empezar. Sobre la posibilidad anunciada por el Gobierno de que algunos sean trasladados a centros de internamiento de inmigrantes, Calbó considera que sería "un grave error político y estructural".

El responsable del programa Ciutat Refugi admite que la situación del 'Aquarius' puede generar un agravio comparativo con todas las pateras que siguen intentando cruzar el Estrecho y que en ningún caso tendrán la misma repercusión ni política ni mediática. Celebra, sin embargo, el gesto del Gobierno de Pedro Sánchez, aunque recuerda que en los últimos años han sido las ciudades las que se han hecho cargo (también económicamente) de la acogida de emergencia de inmigrantes en situación de vulnerabilidad. En el caso de la capital catalana, Calbó ha solicitado 1,5 millones de euros más para atender a todas las personas que requieren de una acogida urgente. "Estamos invirtiendo mucho dinero que debería salir del Estado o de la Generalitat", lamenta.

Mimo para la tripulación

Ni Ferrer ni Calbó se olvidan del drama de la inmigración que se vive a diario en aguas del Estrecho. Celebran lo que sucederá en Valencia, pero lamentan el doble rasero. Tampoco se olvidan de la tripulación del 'Aquarius', de todos los activistas de MSF y SOS Mediterranée que sin querer se han visto en el epicentro en un conflicto diplomático que ha removido las alcantarillas de la política europea. "No es tanto lo que habrán pasado -señala la responsable de Protecció Civil- como la percepción haber estado en peligro. La angustia, la incertidumbre, la frustración. Hay que trabajar sobre esas percepciones. Han visto el rechazo de Italia y habrán sufrido los mismos síntomas que los rescatados en el mar". Calbó ha sabido de ellos de boca de antiguos compañeros de Médicos Sin Fronteras que han estado en contacto constante con el Aquarius. Cuenta que el equipo "está muy cansado después de vivir días de gran tensión". Ahora todos están a punto de poner los pies en el suelo. En un nuevo suelo; una nueva realidad.