Todavía resuenan los ecos de la última manifestación organizada por aquellos que acuñaron el término pancartero con exclusivo matiz despectivo. En tres años se han manifestado más que en toda su vida, quizá porque algunos eran demasiado jóvenes para luchar por las libertades y enfrentarse a los grises, o porque estaban estudiando las oposiciones para inspector de Hacienda o Registrador de la Propiedad mientras que eran otros los que recibían los palos físicos del franquismo. No está de más recopilar y hacer balance sobre los desastres que nos anunciaron por las calles. Nos dijeron que el Estatuto de Cataluña iba a hacer añicos la unidad de la patria y, un año después, no ha pasado nada de eso. Peor es el asunto de los matrimonios homosexuales, sobre los que hicieron los peores vaticinios: afirmaron que aquella norma aprobada en junio de 2005 supondría la destrucción de la familia. Un par de años después todo sigue igual y las familias sobreviven ajenas a aquellos malos augurios. Puesto que ya vamos ganando experiencia en reconocer el carácter apocalíptico de sus movilizaciones, lo mejor que podemos hacer es tranquilizarnos: ninguna de las catástrofes que nos anuncian es tan grave como el tono desmesurado de sus declaraciones y el calentamiento acelerado de las vísceras al que se están dedicando. De nada vale demostrar con hemerotecas a quien negará lo evidente con tal de seguir echando fuego sobre la gasolina. Dentro de un año nadie se acordará del fin del mundo que nos anuncian cada sábado, así que sólo nos queda esperar a que lleguen mejores tiempos para la razón. http://javierfigueiredo.blogspot.com