TStólo se sabe de dos cosas que hayan sobrevivido a una bomba atómica: el árbol ginkgo biloba e Indiana Jones. Pero, todo hay que decirlo, lo del ginkgo tiene más mérito porque lo hizo a pelo, mientras que Indiana usó el viejo truco de esconderse en un frigorífico de chapa. Así cualquiera. Setenta años después, a los pies de aquel árbol que sobrevivió al mal trago de Hiroshima, las autoridades locales han colocado una inscripción que dice "no más Hiroshima", que es como el nunca mais gallego, pero en japonés, que acojona más. Los que gastan un pesimismo radical están convencidos de que tanto el eslogan japonés como el gallego son palabrería de político hipócrita para engañarnos como a chinos, porque el mal no descansa ni sabe idiomas y se divierte en hacernos repetir una y otra vez los mismos horrores. Yo no sé a qué atenerme. Mi pesimismo es moderado y no da para teorías con frases subordinadas. Pero confieso que hay días y hay noticias que empujan al optimismo hacia una recesión sin límites. Ejemplos no faltan. Uno con gracia podría ser el éxito económico que ha obtenido una empresa que ofrece coartadas a quienes cometen infidelidades. Pero los hay menos graciosos. Como salir, por ejemplo, a la calle y comprobar que el ruido y la mala educación lo invade todo y no tienes arma con la que defenderte. Que el vecino se convierte en el peor enemigo de tu sosiego y, si reclamas, en el mejor de los casos, te llama tocapelotas . Cosas así. Y la impotencia te va aislando. Te ensimismas. En defensa propia. Y los demás hacen lo propio. Y ves la calle como un hormiguero de soledades envenenadas. Y comprendes al fin por qué el ginkgo biloba lo aguanta todo. Porque no tiene alma, ni presión arterial, ni tiene vecinos.