Días atrás he conversado por separado con dos amigos (un dibujante de cómic y un actor de teatro) sobre las dificultades del artista para llegar a final de mes. La trascendencia de estos asuntos domésticos me lleva a la conclusión de que los creadores pierden el tiempo enfangados en temas generales (Dios, el bien y el mal, el vacío existencial, la soledad, la vida después de la muerte) cuando podrían dedicar sus energías a un tema tan particular como la cesta de la compra, talón de Aquiles del arte moderno. Porque, si uno es incapaz de satisfacer las necesidades básicas, ¿qué sentido tiene preocuparse del Más Allá? Es el Más Acá lo que debería interesar al artista, ese ser desconsolado que centra sus sueños en la búsqueda de lo sublime y sus pesadillas en el pago del alquiler. Pero el artista, ay, no aprende: insiste en llenar antes el alma que el frigorífico.

Kafka , ese tipo mitad insecto mitad Gregorio Samsa, escribió un relato surrealista titulado ´Un artista del hambre´ en el que un decadente ayunador profesional es exhibido en la jaula de un circo. El arte de este ayunador residía exclusivamente en su negación a comer. Una abstinencia a la que llegó, confiesa antes de morir, no por sacrificio sino porque no había logrado encontrar un alimento de su agrado. Una hermosa y sugerente narración en la que el hambre, el arte y la inadaptación van cogidos de la mano.

En una traición imperdonable, Javier Bardem se ha subido al avión del éxito para conquistar Hollywood mientras la gran mayoría del colectivo de artistas, testarudos e incorregibles como siempre, siguen confinados en la jaula del fracaso.