TSteguramente, querido lector, no sea usted de Cáceres y no sepa qué es el hípico, pero muy probablemente habrá oído hablar de él a su hijo o a sus sobrinos si estudian aquí. Se trata de un descampado sin árboles ni vegetación, salvo cardos y malas hierbas, y sin ningún tipo de dotación decente situado a unos cuatro kilómetros del centro de Cáceres donde los jóvenes se reúnen para beber, charlar, conocerse y relajarse. Se llama hípico porque al lado hay un corralón donde una vez al año, los caballos dan saltos. Cuando llegan los caballos, el lugar se adecenta, se adorna, se pone un bar y se preparan las letrinas. Pero cuando se van los caballos y sólo se quedan los jóvenes, aquello vuelve a ser la estepa siberiana en invierno o el desierto de Sonora en verano.

Como queda lejos, hay que ir en autobús urbano. A la ida no hay problema, pero a la vuelta se producen frecuentes peleas por montar en los últimos autocares. Si no se cabe en el autobús, que es lo más normal, hay que volver a pie, en taxi o en coches cuyos conductores, normalmente, han bebido más de la cuenta. Durante un tiempo, en el ayuntamiento se habló de instalar en el lugar un centro de ocio que humanizara la diversión juvenil, pero el tema está dormido y todos parecen contentos: como los jóvenes no se ven, el problema no existe, pero ellos tienen la sensación de que su ciudad los desprecia y sólo piensan en escapar de ella como sea. Y si son de fuera, vienen a Cáceres sin entusiasmo, porque no les queda más remedio. Querido lector, así es Cáceres para la juventud y así es el hípico.