Me había prometido no volver a mencionar la cuestión en esta columna, pero Rouco Varela me ha obligado con unas declaraciones en las que se quejaba de la discriminación que sufre la religión católica en las escuelas públicas. Así que le voy a contar la otra cara de la historia, la de la discriminación que se sufre en este país por no comulgar con ruedas de molino. En muchos colegios públicos los niños incluso de cuatro años son sacados de su clase y separados de sus compañeros cuando llega el profesor nombrado por el obispo y pagado con el dinero de todos. Mientras tanto, lo que le pase a esos niños en esas dos horas semanales depende de la buena voluntad de la tutora o tutor, que casi siempre opta por trasladarlos a otra aula. En un colegio público de Badajoz vi la sala a la que llevan a esos alumnos que no van a recibir adoctrinamiento católico y que estaba adornada, curiosamente, con un busto en tonos dorados de la santísima virgen. En otro centro se presionaba a los padres que habían dejado en blanco la casilla en el impreso de matrícula y se les amenazaba con que sus hijos se tendrían que quedar en un rincón del aula sin hacer nada durante esa hora, al tiempo que repartían hojas para rectificar los impresos de matrícula. Sigo sin entender por qué se enseña el misterio de la trinidad en las escuelas públicas y cuáles son las razones por las que ningún gobierno se ha replanteado los acuerdos preconstitucionales con un estado extranjero como es el vaticano. ¿No sería más fácil que las familias llevaran a sus hijos a las parroquias, mezquitas y sinagogas un par veces por semana?