Siempre me ha parecido curioso, por no decir algo más fuerte, que se use como atenuante o eximente el haber cometido un delito en estado de embriaguez o bajo los efectos de sustancias alucinógenas. Eso permite que haya quien supere en chulería al número ocho y diga sin rubor a los cuatro vientos que lo siente mucho porque iba borracho, se le había ido la olla o tenía un subidón de tres pares de narices. Y la cuestión es que pocos aprovechan los momentos de alucinación para dedicarse a obras de caridad, a ejercer tareas de voluntariado, a plantar árboles en áreas destruidas por el fuego o a limpiar pintadas de las paredes. No. Lo primero que hacen es romper cualquier cosa que tengan a mano, arrear a mujeres y niños, ponerse a hacer el cenutrio en una moto, insultar a un negro, prender fuego a una indigente o pellizcar a una emigrante. Al final sale más barato desde el punto de vista penal ser un desalmado borracho que un simple desalmado, con lo que no estamos haciendo otra cosa que fomentar el alcoholismo y la drogadicción irresponsable. Así que es hora de hacer propuestas para cambiar algunas perniciosas normas del juego y ver si acabamos con todo esto: advirtamos a diestro y siniestro de la existencia de sustancias que nos pueden hacer perder la cabeza, tengamos en cuenta que tenemos la libertad de tomarlas o no, pero que sepamos de antemano, sobrios y despiertos, que el consumo de esos productos no nos supondrá ni atenuante ni eximente alguno. La próxima vez que un descerebrado se dedique a pegar patadas a una ecuatoriana ya no le valdrá esa excusa y esperemos que no tenga otras.