De un desierto a otro, después de haber cruzado Marruecos de oeste a este y el Sáhara Occidental de norte a sur. Del sueño de una nueva vida en España, despedazado en las alambradas de Ceuta y Melilla, a una pesadilla en un escenario donde España ya sólo es un fantasma. En Dajla, la antigua Villa Cisneros colonial, pasaron la noche del lunes al martes dos de los autobuses en los que los inmigrantes subsaharianos en manos de las autoridades marroquís viajaban en condiciones inhumanas hacia nadie sabe dónde, o al menos nadie lo sabía hasta ayer.

El que fuera el Cuartel del Cuarto Tercio de la Legión Alejandro Farnesio, hoy ocupado por las Fuerzas Armadas Reales de Marruecos, acogió a este grupo de unas 70 personas, la mayoría de origen nigeriano, entre las que había mujeres embarazadas y lactantes. "Están bien. Les hemos dado leche en polvo a los niños. Hay algunos heridos, pero ninguno grave. Nosotros nos vamos a cenar, que esta noche será larga y vendrá más trabajo", dijo un inesperadamente locuaz médico militar cuando salía del recinto.

Si realmente les trataban tan bien, era lógico esperar que la prensa y los observadores de las organizaciones humanitarias que habían llegado a Dajla persiguiendo ese convoy (SOS Racismo, Women´s Link, Elía y la Compañía de Jesús) pudieran entrar para poder verlo. Pero no hubo manera.

Sin movimiento

El olfato del médico militar falló. La noche sería larga, sí, pero ya no habría ningún movimiento en el polvoriento cuartel hasta la mañana siguiente. A las 11.30, otros dos autobuses con un centenar de personas entraron en el recinto, mientras los soldados trataban de impedir que la prensa tomara fotos.

En aquel momento, las noticias, nunca oficiales, a menudo contradictorias y casi siempre imposibles de confirmar, se sucedían. Acuerdos y desacuerdos de repatriación, autobuses que recorrían la costa atlántica arriba y abajo, de Guelmim a El Aaiún y de El Aaiún a Guelmim, y otra vez media vuelta. "Nos dejan en un sitio, nos llevan a otro. Nos están mareando. Tengo muchísimo miedo. Sacadnos de aquí", imploraba Mohamed, un gambiano detenido en el bosque de Beliones, junto a la frontera de Ceuta, que conservaba un teléfono móvil en el interior de uno de los vehículos. "Nos han dado agua, y ayer comimos dos pedazos de pan. Hoy, nada --explicó--. Es como si nos estuvieran escondiendo para que nadie nos encontrara. ¿Cómo puedes sentirte si no sabes ni de dónde vienes ni a dónde te llevan?". "Sólo rezamos para que ocurra algo bueno", decía también por teléfono Mike, un nigeriano que estaba en el cuartel de Dajla.

¿De nuevo hacia Uxda?

Y sí, ocurrió algo bueno. Se supone. Un avión militar debía llevar anoche a los concentrados en el cuartel de Dajla hacia Uxda, al noreste de Marruecos, junto a la frontera argelina, desde donde sus países de origen debían repatriarles.

Al escribir estas líneas, el avión espera en el aeropuerto. Los que deben tomar este avión son los mismos que un día se subieron a un autobús en Tánger o en Nador convencidos de que iban a Uxda y aparecieron en la hamada , el desierto de piedras. Y son los mismos que subieron a otro autobús hace días en Aín Chuater o en Buarfa creyendo que iniciaban su vuelta a casa. En realidad ,encontraron un suplicio de 2.000 kilómetros hacia otro desierto aún peor.