TEtl rápido paso del calor al frío me ha afectado a la cabeza. Tengo la capacidad de razonamiento lenta, como atrapada en una niebla densa que me dificulta ver más allá de mi pequeña nariz. Me está costando asimilar el tránsito, en pocas horas, de la manga corta al viento que nos llegó del norte y así ando, aturdida. Hace falta tiempo para adaptarse a cualquier nueva circunstancia. Mi cabeza lo necesita, lo necesita la naturaleza para ajustar su evolución y lo necesita la sociedad para conciliar su organización con las nuevas circunstancias. A mi cuerpo le está costando la adaptación al cambio en la climatología, a la naturaleza no le damos respiro y no puede asumir nuestras agresiones, a la sociedad no se le da tiempo para reorganizarse y todo y todos, vamos a remolque de los acontecimientos. Lo que ayer era deseable y posible, hoy se nos presenta como una escalada sin posibilidades. El pensamiento social está perturbado, aturdido. Se nos habla de conciliación de la vida familiar y laboral, pero al mismo tiempo se nos quieren aumentar las horas de trabajo; se nos inculcó la necesidad de posesión de una vivienda y ahora los bancos nos la deniegan. No sabemos a qué carta quedarnos y los cambios nos producen la sensación de que estamos desprotegidos, y luego la crisis en la que hay muchos pescadores que quieren obtener ganancias en un río convulsionado. Me refiero a la banca que aprovecha la espuma de las aguas rápidas para esconder comportamientos inconfesables; me refiero a los empresarios que culpan a los trabajadores de una baja productividad cuando son ellos los culpables de una mala organización y una escasa o nula inversión en desarrollo. Somos hombres y mujeres aturdidos en estos tiempos de cambio.