Lo que en un principio me pareció un análisis excesivamente infantil por mi parte, ha resultado ser cierto: un mal negocio de quienes simplemente querían ganar más. El deseo de mayores beneficios por parte de los bancos y el deseo de mayores ingresos por parte de los ejecutivos. Tanta codicia les llevó a la asunción de riesgos no controlados: las subprime . Me resultó triste comprobar como los primeros movimientos del Gobierno norteamericano fueron para sostener a quienes habían realizado el mal negocio dejando en la calle a los que se quedaron sin casa porque no podían pagar las hipotecas. Todo estalló y el efecto dominó aún recorre el mundo empujando fichas que en su caída ponen en marcha mecanismos de destrucción de empleo. Avaricia, dijo el otro día Joaquín Almunia al tratar de explicar el porqué de la crisis.

La inmensa mayoría, los inocentes, no merecemos que nos afecte la depresión provocada por la codicia de una minoría. No tenemos culpa de la rapiña de los poderosos pero desgraciadamente las fichas siguen cayendo y causando estragos. Bolsa, bancos, inmobiliarias, construcción y empleo. Millones de personas en el mundo en paro porque unos cuantos querían ser más ricos. No compartieron sus ganancias y ahora todos estamos compartiendo sus pérdidas. Esas empresas financieras y sus altos ejecutivos están identificados. Me pregunto por qué no se les juzga. Nadie debería causar tan graves daños y quedar impune. Estamos en pleno zafarrancho; el mundo construye torres para salvarse de tsunami pero, cuando las aguas comiencen a retroceder dejando millones de muertos en su camino, pienso que no estaría mal sentar en el banquillo a los que provocaron la gran ola con su avaricia.