El 11 se ha convertido en un día fatídico en Nueva York. Ayer, apenas cumplido el quinto aniversario del 11-S, Manhattan sufrió un aterrador escalofrío cuando una avioneta de cuatro plazas se estrelló, después de mediodía, contra el piso 26 de un rascacielos cercano al East River, en un barrio residencial del centro de la isla, causando al menos cuatro muertos. Uno de ellos, el piloto: Cory Lidle, jugador de los Yanquis de Nueva York, el equipo de béisbol local.

Mientras una espesa columna de humo enturbiaba el firmamento, el FBI se apresuraban a advertir que parecía tratarse de un accidente, pues nada indicaba que fuera un acto terrorista.

De todas maneras, el presidente George Bush fue inmediatamente informado en Washington de lo que había ocurrido. El Mando de Defensa Aeroespacial de Norteamérica (NORAD), mientras tanto, dio orden de patrullar el espacio aéreo de las principales ciudades por precaución.

El impacto de la avioneta causó un furioso incendio que consumió varios apartamentos, hogar de actores y escritores, produjo enormes lenguas de fuego, mientras pedazos del aparato y otros materiales comenzaron a llover sobre la calle.