A Carlos Dávila no se le olvida la desazón que sintió la mañana del 25 de abril del 1998 cuando, tras la alerta de unos técnicos por un vertido minero, se acercó a Aznalcóllar (Sevilla) con más voluntarios de Seo-Birdlife. «Lo primero fue desconcierto, incredulidad y una enorme angustia porque veíamos una enorme riada tóxica de lodo negro que iba a llegar a Doñana». La rápida coordinación de administraciones y científicos, a los que dejaron hacer, evitó que el mayor desastre ecológico de España afectara al principal humedal europeo. La recuperación de la zona fue modélica y hoy es un vergel. Veinte años después, sin embargo, todo el esfuerzo ecológico queda en riesgo ante la reapertura de la mina, reclamada por el pueblo como única salida del paro.

La alarma saltó de madrugada en la mina de pirita de la empresa sueca Boliden Apirsa. El subsuelo no resistió la presión del deshecho acumulado, y un corrimiento de tierras abrió un boquete de 60 metros en el muro de contención de la balsa de residuos. Escaparon siete millones de metros cúbicos de lodos y aguas tóxicas, cien veces más que el vertido del Prestige (que vertió 63.000 toneladas de fuel). «Los peces saltaban del agua debido a su acidez», recuerdan los voluntarios. La riada alcanzó tres metros de altura en algunos puntos y desbordó los ríos Agrio y Guadiamar. La ola tóxica contaminó 63 kilómetros de cauce y 4.634 hectáreas de terreno, y dejó miles de ejemplares de especies acuáticas muertas. El accidente ocurrió de noche, lo que evitó pérdidas humanas en esas zonas agrícolas, aunque cuatro portugueses fallecieron s cuando sacaban a destajo el lodo contaminado.

Fue esa llegada a las puertas del Parque Nacional lo que motivó la respuesta urgente de voluntarios y científicos para proteger la joya de la corona, reflexiona hoy Paula Madejón, investigadora del CSIC. En cuestión de días se emitió un informe del impacto y se convocó un comité de expertos para determinar medidas que mitigaran el efecto del vertido.

En dos días, la zona estaba acotada, y el vertido, controlado. Comenzaron las labores de limpieza, retirando manualmente el lodo y trasladándolo a una antigua mina a cielo abierto que fue sellada, y que hoy es base de una planta termosolar. Y se instalaron además depuradoras para elevar el ph del agua. El vertido supuso un varapalo para los cultivos de la zona, y derivó en una pérdida de empleos al ser expropiados los terrenos para reconvertirlos en un espacio protegido y que no se comercializasen alimentos o ganado criados en ellos. Se impulsaron dos planes de regeneración, uno de los recursos hídricos y otro de la superficie para hacer un corredor verde entre Doñana y Sierra Morena. A día de hoy, «la vegetación crece sin problema y la fauna se ha recuperado totalmente», resume Madejón. Solo hay una contaminación difusa por metales.

El accidente sirvió de aldabonazo en el voluntariado ambiental. Cientos de personas de toda Europa llegaron a Sevilla para rescatar nidos y huevos de especies en peligro de extinción y alimentar a los polluelos, recuerda Dávila, porque las aguas cargadas de metales pesados provocaron la muerte del alimento natural.

Las administraciones desembolsaron 240 millones para regenerar la zona, y reclaman aún una deuda de 133 millones a Boliden. La dueña de la mina, tras responsabilizar a las constructoras de la balsa, solo limpió sus instalaciones, y sigue sin pagar ni esos trabajos ni la multa impuesta. En 2001 se marchó de España dejando una huella de lodo y paro. Ahora, la actividad ha vuelto a la mina, para alegría de un pueblo con una tasa de paro del 28% y desasosiego de los ecologistas. «No tiene sentido invertir en regenerar la zona, hablar de desarrollo sostenible y poner una espada de Damocles en la cuenca del Guadiamar», lamentan desde Seo/Birdlife.