THtay lugares que se instalan en la memoria colectiva incluso a su pesar. Se convierten en mitos, y las historias que allí sucedieron se recuerdan como hechos imposibles. Los que las vivieron, porque desearían olvidarlas y que no pudieran repetirse, y los que no las vivieron, porque hay pesadillas que parece que sólo se pueden producir en la mente de los seres más perversos. Hiroshima, Guernika, Dachau, la plaza de Toros de Badajoz, son cuatro ejemplos de los muchos lugares que conforman esa mitología a la que desearíamos no haber llegado nunca, pero ahí están, y sólo la capacidad de regeneración de los que buscan en el pasado un punto de apoyo, para dar pasos hacia el futuro, es capaz de reconciliar la historia con la vida cotidiana, con un presente que busca construir, sobre esos mitos, nuevos espacios en los que todos podamos encontrarnos.

Eso es lo que sentí cuando visité el Palacio de Congresos de Badajoz. Construido sobre el antiguo coso taurino, que tanto dolor soportó, el recinto es hoy uno de los edificios más singulares que he visitado nunca. Es imposible no emocionarse ante tanta belleza. Pero, por encima de todo, por encima de la espectacularidad de su arquitectura, la sensación que se impuso fue la de que tarde o temprano la historia siempre hace justicia: Comisiones Obreras presentaba ese día su Fundación Cultura y Estudios , y una amplia representación de la sociedad extremeña lo celebraba allí, con los principales líderes sindicales y políticos a la cabeza.

Decididamente, hay lugares que saben pasar del mito a los espacios abiertos.