Es sabido que los escritores son gente curiosa pero el caso de François- Marie Banier (París, 1947) se lleva la palma. El ha sido uno de los protagonistas de un singular culebrón mediático, una historia con los más escandalosos ingredientes: poder, herencia, regalos fabulosos, extrañas vinculaciones políticas, amistades peligrosas... La carta de presentación del personaje no cabe en una tarjeta de visita: afamado fotógrafo --sus trabajos se publican habitualmente en The New Yorker y Vanity Fair --, dibujante, actor ocasional con Eric Rohmer, miembro de la jet-set y amigo personal, en su momento, de gente tan dispar como Samuel Beckett, François Mitterrand, Vladimir Horowitz, Salvador Dalí, Kate Moss, Mick Jagger y Carolina de Mónaco y, fácil es deducirlo, muy, muy habilidoso relaciones públicas.

Las artes de seducción de Banier --gay reconocido y orgulloso-- llegaron al punto de que Liliane Bettencourt, 88 años, propietaria mayoritaria de la casa de cosméticos L´Oréal, barajase la posibilidad de adoptarlo, no sin antes hacerle regalos valorados en más de 1.000 millones.

Pero el retrato de Banier quedaría incompleto si junto a sus numerosas sombras no se proyectaran otras inquietantes luces. Porque Banier también es --o lo fue-- un excelente escritor. Tenía 23 años cuando escribió su segunda novela, Pasado compuesto , que ha recuperado Libros del Silencio. El poeta Louis Aragon se quedó prendado del libro --y hay quien dice que del propio Banier-- y le escribió un apasionado artículo que a modo de posfacio se incluye en la edición.

Pasado compuesto es un texto torturado de muerte y locura, con un amor incestuoso, en el que sorprende la gran madurez del por entonces jovencísimo autor. "Mi madurez de aquellos años era la de los niños pequeños que comprenden absolutamente todo de la vida. Nada se les escapa hasta que entran en contacto con los idiotas que les obligan a participar en la sociedad y les hacen perder el genio de la percepción y la alegría", explica el autor vía correo electrónico, haciendo gala de una bien engrasada astucia para ocultarse tras las palabras.

Una muestra: "Me apasiona la intimidad. Pero ese no es un vínculo que se pueda crear tan solo con ser deseado por una de las partes. La amistad íntima es como el amor, para que florezca se necesitan dos. Yo me he relacionado con mucha gente, pero no por mucho tiempo". Hábil en tender redes de amistad, Banier niega haber sacado provecho de ellas. "No hubo ningún vínculo sentimental entre Aragon y yo, a menos que se considere que algunos libros, como algunos cuadros, esculturas o canciones, pueden hacerte enloquecer. Y a Aragon le solía pasar eso", asegura.

Banier, con el affaire L´Oréal concluido pero no acallado, vive escondido en una torre de cristal a la espera de que el perfume de la controversia se diluya y le permita caminar con tranquilidad por las calles de París. Rehúsa hablar del caso que le ha dado una popularidad mucho mayor que sus habilidades artísticas. "Por respeto a la justicia, he decidido hablar de este caso solo ante el juez". Pero eso no le impide abordar un discurso que transforma las maneras predatorias con las que le ha retratado la prensa en puro malditismo literario. Son malos tiempos para el fotógrafo --su actividad más reconocida-- y ya son varias sus exposiciones programadas que han caído del calendario cultural.

¿Angel o diablo? ¿Vividor, creador apasionado, seductor de ancianas riquísimas? ¿Quién es realmente Banier? "Un verdadero amigo; un amigo para siempre. Pasado compuesto ha cumplido 40 años y todavía estoy ligado a sus personajes".