Esto parece el otro confín, o la esquina de la esquina, o el oeste del oeste... Columpiándose entre colinas, allá donde convergen las fronteras de Badajoz, Huelva y el Alentejo, a una legua de Fregenal de la Sierra y a cuatro de Moura, Barrancos se yergue albardando la montaña de cal y albero.

Acabamos hoy nuestro recorrido por la frontera hispano-lusa no extremeña y llegamos a la provincia de Huelva. Pasos fronterizos de Encinasola, con la vieja y solitaria encina presidiendo su plaza mayor, de Paymogo, en la raya del río Chanza. Después Alcoutim y Sanlúcar del Guadiana con su frontera fluvial y su trasbordador. Finalmente, la raya se diluye en el mar entre Ayamonte y Vila Real de Santo Antonio, pueblo levantado hace 250 años en cinco meses siguiendo los planos del marqués de Pombal.

La Raya andaluza no sería singular si no fuera por la presencia abrumadora de Barrancos. Basta un paseo por este pueblo portugués para sospechar diferencias. Se oye hablar castellano. Se ven carteles de corridas de toros para matadores españoles. Se anuncian jamones ibéricos de pata negra y en la Sociedade Recreativa Artística y en la Sociedade Uniao, las mujeres no entran, pero los españoles son recibidos con un cariño extremado.

TOROS DE AGOSTO Barrancos fue repoblado por vecinos de Encinasola y Cumbres Mayores y de aquella colonización vienen particularidades como la de matar los toros en las corridas de agosto. Este hábito español ha levantado ampollas en el resto de Portugal, pero los barranqueños, numantinos de la suerte suprema del toreo, han resistido hasta obligar a cambiar la constitución para que su tradición ancestral no fuera delito.

Aunque de todos los episodios de hispanofilia barranqueña, el más glorioso fue escrito en el otoño de 1936, cuando un teniente llamado Seixas se convirtió en el Schindler portugués y salvó la vida de mil republicanos españoles.

Mientras en Elvas o Campo Mayor los refugiados eran devueltos a las autoridades franquistas, en este enclave tan particular de la Raya más de mil huidos del avance de las tropas del coronel Yagüe, la llamada Columna de la muerte , encontraron la libertad y la salvación.

Aún viven en Barrancos personajes que conocieron aquel episodio singular. Francisco Bossa El Curro tenía entonces nueve años y era pastor, actividad que sigue ejerciendo hoy día. Recuerda que los refugiados acudían al chozo de su padre mendigando mendrugos de pan.

Antonio Charrama Lope acababa de cumplir los 14 años cuando 9.000 vecinos de Jerez, Oliva, Valencita, Villanueva, Fregenal, Higuera o Alconchel formaron dos caravanas para huir del avance exterminador de Yagüe. 8.000 tomaron la dirección del territorio republicano de La Serena y fueron masacrados en los campos de Fuente del Arco. Mil prefirieron arriesgarse escapando a Portugal y salvaron sus vidas siendo concentrados en los campos de Coitadinha y Russianas.

Coitadinha estaba en una hondonada, junto al río Ardila, a siete kilómetros de Barrancos. Pero enseguida se llenó de refugiados. Manuel Agudo dos Santos, conocido como Tío Marujo , recuerda bien aquel episodio: "Mi padre era vaquero y tenía propiedades junto a la frontera. Un día de septiembre del 36 llegaron cientos de españoles perseguidos a tiros por los falangistas hasta que un teniente portugués montó a caballo, se acercó a los de Franco y les dijo que o dejaban de disparar o los abrasaba".

Este teniente era Antonio Augusto Seixas, que cuando el campo de Coitadinha se llenó, creó otro por su cuenta y riesgo en Russianas, un campo clandestino con 400 refugiados ilegales desconocidos por las autoridades portuguesas. Todos ellos, los de Coitadinha y los de Russianas, acabaron siendo evacuados hasta Lisboa en camiones y hasta Tarragona en el buque Nyassa. Aún quedan supervivientes de aquella epopeya como Manuela Martín, una refugiada de Villanueva del Fresno que ahora vive en Rennes (Francia).

Seixas fue sancionado y obligado a pasar a la reserva por su solidaridad irregular. Pero en Barrancos siguieron salvando republicanos. Tío Marujo acogió en su chozo a un refugiado de Olivenza llamado Linares. El cura del pueblo, Antonio Almeida, dejaba abierta la puerta de la rectoral para que se guarecieran en ella los huidos durante la noche. El doctor Fernandes, médico barranqueño recientemente fallecido, curaba a los refugiados y todo Barrancos, en fin, escribió durante aquellos años duros de guerra y represión la más bella historia de solidaridad de la Raya.