TLto peor que le puede ocurrir a un hombre de mediana conciencia es que le instalen contenedores de basura cerca de casa. Verdad que te ahorras algunos paseos, pero lo que ganas en comodidad se te va en melancolías. Los contenedores de basura se han convertido en el Corte Inglés de la pobreza, en el Zara de la marginación, en el Buli de la indigencia. El otro día abrí el contenedor de mi comunidad y me encontré a dos niños rumanos hurgando dentro. Y hay que ser muy duro para que esa estampa no te resquebraje la poca o la mucha felicidad que has conseguido cristalizar al final de la tarde. El profesor Ruut Veenhoven , de la Universidad Erasmo de Rotterdam, ha publicado estos días unas conclusiones acerca de la felicidad donde dice que "la felicidad no retarda la hora de la muerte en los enfermos, pero protege de las enfermedades a las personas que tienen buena salud. De modo que un estado de ánimo feliz aumenta los años de vida". Pero digo yo que para mantener un ánimo feliz en un mundo donde los contenedores de basura se han convertido en salas de desguace, habrá que estar hecho de una madera especial. Vivir hacia adentro o vivir en la Luna. Y eso no está al alcance de cualquiera. Que se lo pregunten a los del Galactic Suite, esa nave espacial que unos tipos han habilitado como hotel y en la que costará tres millones de euros una estancia de cuatro días con sus cuatro noches. Por lo pronto, ya hay tres españoles apuntados para el primer viaje. Sus nombres no han trascendido, pero les hago un anticipo: yo no soy uno de ellos. Trato de imaginármelos y sólo me salen dos preguntas: una, si lo que quieren es estar cerca de las estrellas, ¿no les sale más barato viajar a Hollywood?; y dos, ¿es que en su barrio no hay contenedores de basura?